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Que la vida es algo siempre eventualmente regido por lo
impredecible, lo recordó Mourinho en apenas cinco minutos de un partido
extraño. En un giro imprevisto del destino, el mánager tuvo que
restituir a Casillas, suplente de nuevo, después de que Adán fuera
expulsado tras una jugada desafortunada. A todo eso se sobrepuso un buen
Madrid, abnegado hasta la extenuación.
Fue
una tarde de domingo rara en Chamartín. Un Bernabéu desangelado, que se
alineó con el portero y pitó mayoritariamente a Mourinho en el prólogo,
recibió una sucesión de acontecimientos que se atropellaron. Apenas
había despertado el partido, Benzemá descorchó la tenue defensa de la
Real Sociedad con una gran definición a pase de Khedira. El embrollo que
es hoy en día el Madrid parecía asomarse a una tarde plácida. Nada más
lejos de la realidad.
Un enredo entre Adán y Carvalho dibujó un
paisaje insólito, ciertamente desconcertante. Profundamente fascinante
lejos de filias y fobias. Fue una burla del destino, el producto de un
guión tragicómico o un capricho de los arcanos del fútbol. Quizás fue
una jugada y nada más. Un tuya y mía entre el portero y el defensa
terminó en las botas de Carlos Vela, que fue derribado bruscamente por
Adán. Iglesias Villanueva le mostró la roja y Casillas fue llamado a
filas. El Bernabéu estaba tan desnortado, que arrancó a ovacionar la
decisión del árbitro. Puede que, sin saberlo, celebrará que Mourinho es
tan humano como el que más. No puede evitar los caprichos del destino.
Tampoco
pudo el capitán agrandar su mística con una parada, que no por menos
trascendente que otras hubiera perdido un ápice de simbolismo. Xabi
Prieto convirtió el empate. Sorprendió también ver a Casillas tan
nervioso, hasta un punto sobrepasado. Dudó por alto y calcó el fallo que
envió a Adán al diván nada más salir, pero Vela no pudo aprovechar la
asistencia.
Lejos del trasiego emocional, el Madrid apenas acusó
en el plano numérico su déficit durante la primera mitad. La Real,
repleta de ‘tocones’, ofreció a los blancos un catálogo variado de
facilidades. Siempre que se desplegó el Madrid, encontró la complicidad
de los centrocampistas de la Real, Zurutuza y Pardo, dos hombres con más
gusto que trabajo. Encontró autopistas el Madrid, se abanicó con solera
Khedira y puso el hilo Benzema. El alemán, con un sutil taconazo desvió
un envío defectuoso de Carvalho para hacer el 2-1. Khedira estuvo
desatado, como en el salón de casa apostado en el balcón del área.
Si
concedió facilidades la Real, también lo hizo el Madrid. Fue lastimoso
ver la actuación de Essien, sobrepasado cuando le midieron en velocidad,
desubicado cuando se trató de conceptos, del oficio de defensa. Una
enganchada suya en la salida tras otro error en cadena sirvió el empate,
obra de nuevo de Prieto, que terminaría con los tres de su equipo. En
nada ayudaron Carvalho o Arbeloa.
Pocos escenarios mejores tendrá
en el futuro la Real Sociedad para ganar en Chamartín. Demasiado pocas
como para permitirse la actitud pusilánime que mostraron los hombres de
Montanier en la segunda mitad, en la que sólo comparecieron cuando
Ronaldo ya había puesto tierra de por medio. En cualquier circunstancia,
el Madrid es un equipo que penaliza como pocos la indolencia del rival.
Ni ante el Madrid más deslabazado puede ningún oponente siquiera
aspirar a sacar algo de Chamartín pasando de puntillas por el terreno.
Con
diez hombres y sin una meta clara, el equipo de Mourinho mostró una
actitud ejemplar. Siempre voluntarioso. Es posible que una vez más le
faltara fútbol y continuidad, jamás prestancia. Dos zarpazos de
Cristiano Ronaldo dejaron la victoria en casa. El segundo, tras un
violento zapatazo que Bravo recibió con el molde. Buen Madrid. Gran
Cristiano. Con todo, debería ser edificante esta victoria para el
equipo.
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