Las imágenes adjuntas tienen fecha y lugar: madrugada del lunes,
discoteca Luz de Gas, en el centro de Barcelona. Joan Laporta decidió
tomarse la noche libre para salir a festejar la semana fantástica que
completó su equipo con la victoria ante el Madrid. El mismo Laporta que
sonreía a cámara en el palco, tan formal él a la vera de Florentino,
apareció por su local de copas favorito con sed, mucha sed. Y muchas
ganas de juerga, dispuesto a enseñar su otra cara, tan controvertida o
más que la institucional. Y la enseñó, vaya si la enseñó.
El mandatario presidió con sorprendente desinhibición un homenaje al
chovinismo culé en toda regla. Pasaron las copas con asombrosa
velocidad. Hubo congas, bailes, cánticos, caras desencajadas, puros y
felicidad, mucha felicidad. Llovió el champán –¿no pegaba más el cava
catalán?– y el esqueleto no se detuvo hasta el amanecer. Sobran las
palabras porque gritan los documentos. Vean.
El máximo dirigente culé –dejará la presidencia del club en junio–
llegó a la sala barcelonesa cerca de las dos de la mañana, acompañado
de Xavier Sala i Martí, amigo aventajado al que ya vendió en más de una
ocasión para su sucesión. Ambos lucían felices y en sus rostros se
adivinaba satisfacción, ganas de fiesta. A Sala i Martí le chillaba su
americana verde mientras que Laporta vestía impoluto con traje oscuro y
corbata roja. El recinto tenía menos de medio aforo en una noche fresca
y tranquila. De resaca futbolera.
Antes de olvidarse de quién es y dar rienda suelta al desenfreno,
Laporta se mantuvo sereno, departiendo con tres exhuberantes chicas,
puro en mano y trago a trago. Hasta ahí todo normal. Resultó que cuando
la ginebra hizo su trabajo y la música le llegó al corazón, Laporta se
desató ante los flashes de las cámaras y la incredulidad general. Sala
i Martí, más discreto que su presidente y sus americanas, percibió el
percal y se borró del show, contemplándolo alejado, sentado en la
barra. El caso es que, de pronto, la megafonía le hizo un guiño a
Laporta. Sonó el himno del Barça y el presidente culé comenzó a botar,
abrazado a compañeros trajeados, de un lado para otro, disfrutando de
esos acordes blaugranas. Puro espectáculo. Extasiado y visiblemente
perjudicado, se acercó a la barra, descorchó una botella de champán y
comenzó a regar a los allí presentes. Eran las 03:35 de la mañana.
-“Perdone, ¿cuánto vale cada botella, por curiosidad?”.
-“Unos 100 euros. Es Champán G. H. Mumm, francés”, contestó el
camarero. Duda resuelta. Nada de cava. Champán francés para derrochar.
El de la Fórmula Uno. Cuatro litros del preciado líquido fueron a parar
al suelo de la discoteca. Aquel fue el momento de la noche. El
presidente azulgrana, preso de la euforia, se inclinó la botella sobre
sí mismo y el champán comenzó a caer sobre su desabrochada camisa.
Espectacular.
Retumbó el siguiente tema: Viva la Vida de la banda británica
Coldplay, canción que apadrinó el Barça del triplete. Aquello fue el no
va más. En pleno delirio, aparecieron por la sala Vicky Martín Berrocal
y unos amigos. Se intercambiaron abrazos y frases, se abrazaron y, en
fila india, a ritmo de conga, deambularon de un lado a otro de la
pista, ente gritos, aplausos y locura general, pasándoselo en grande,
entregados a la fiesta a todo gas.
Fuente: LA GACETA GRUPO INTERECONOMIA
Comentario: Cada uno tiene derecho a divertirse como quiera, las imagenes las podeis ver en la web de la gaceta (intereconomia)
discoteca Luz de Gas, en el centro de Barcelona. Joan Laporta decidió
tomarse la noche libre para salir a festejar la semana fantástica que
completó su equipo con la victoria ante el Madrid. El mismo Laporta que
sonreía a cámara en el palco, tan formal él a la vera de Florentino,
apareció por su local de copas favorito con sed, mucha sed. Y muchas
ganas de juerga, dispuesto a enseñar su otra cara, tan controvertida o
más que la institucional. Y la enseñó, vaya si la enseñó.
El mandatario presidió con sorprendente desinhibición un homenaje al
chovinismo culé en toda regla. Pasaron las copas con asombrosa
velocidad. Hubo congas, bailes, cánticos, caras desencajadas, puros y
felicidad, mucha felicidad. Llovió el champán –¿no pegaba más el cava
catalán?– y el esqueleto no se detuvo hasta el amanecer. Sobran las
palabras porque gritan los documentos. Vean.
El máximo dirigente culé –dejará la presidencia del club en junio–
llegó a la sala barcelonesa cerca de las dos de la mañana, acompañado
de Xavier Sala i Martí, amigo aventajado al que ya vendió en más de una
ocasión para su sucesión. Ambos lucían felices y en sus rostros se
adivinaba satisfacción, ganas de fiesta. A Sala i Martí le chillaba su
americana verde mientras que Laporta vestía impoluto con traje oscuro y
corbata roja. El recinto tenía menos de medio aforo en una noche fresca
y tranquila. De resaca futbolera.
Antes de olvidarse de quién es y dar rienda suelta al desenfreno,
Laporta se mantuvo sereno, departiendo con tres exhuberantes chicas,
puro en mano y trago a trago. Hasta ahí todo normal. Resultó que cuando
la ginebra hizo su trabajo y la música le llegó al corazón, Laporta se
desató ante los flashes de las cámaras y la incredulidad general. Sala
i Martí, más discreto que su presidente y sus americanas, percibió el
percal y se borró del show, contemplándolo alejado, sentado en la
barra. El caso es que, de pronto, la megafonía le hizo un guiño a
Laporta. Sonó el himno del Barça y el presidente culé comenzó a botar,
abrazado a compañeros trajeados, de un lado para otro, disfrutando de
esos acordes blaugranas. Puro espectáculo. Extasiado y visiblemente
perjudicado, se acercó a la barra, descorchó una botella de champán y
comenzó a regar a los allí presentes. Eran las 03:35 de la mañana.
-“Perdone, ¿cuánto vale cada botella, por curiosidad?”.
-“Unos 100 euros. Es Champán G. H. Mumm, francés”, contestó el
camarero. Duda resuelta. Nada de cava. Champán francés para derrochar.
El de la Fórmula Uno. Cuatro litros del preciado líquido fueron a parar
al suelo de la discoteca. Aquel fue el momento de la noche. El
presidente azulgrana, preso de la euforia, se inclinó la botella sobre
sí mismo y el champán comenzó a caer sobre su desabrochada camisa.
Espectacular.
Retumbó el siguiente tema: Viva la Vida de la banda británica
Coldplay, canción que apadrinó el Barça del triplete. Aquello fue el no
va más. En pleno delirio, aparecieron por la sala Vicky Martín Berrocal
y unos amigos. Se intercambiaron abrazos y frases, se abrazaron y, en
fila india, a ritmo de conga, deambularon de un lado a otro de la
pista, ente gritos, aplausos y locura general, pasándoselo en grande,
entregados a la fiesta a todo gas.
Fuente: LA GACETA GRUPO INTERECONOMIA
Comentario: Cada uno tiene derecho a divertirse como quiera, las imagenes las podeis ver en la web de la gaceta (intereconomia)