Como en el BEC hace medio año pero a lo grande. El show de Shakira de entonces, amplificado en luminotecnia, escenario mastodóntico y contundencia de sonido, se volvió a vivir anoche en el estadio San Mamés de Bilbao, incluida la emoción de los alrededor de 25.000 extasiados fans repartidos entre graderío y el césped, y los movimientos de cadera de la estrella colombiana, tan simpática y entregada como profesional sobre las tablas. A pesar de algún cambio puntual en el repertorio, la resaca bailable y coreable del concierto, algo así como un karoke multitudinario centrado en sus éxitos de siempre, dejó al final una cierta sensación de dejà vu.
Fue como sentirse protagonista de la película Atrapado en el tiempo, en el papel de Bill Murray. San Mamés fue como un enorme plató en el que se volvió a vivir la fiesta de la marmota, aquella que disfrutaron alrededor de 17.000 personas en el BEC hace medio año. Shakira no es Dylan ni Springsteen, artistas capaces de "voltear" su repertorio cada noche y darlo vida con la introducción de canciones diferentes en cada puerto. La verdad es que a quienes acudieron a la Catedral, muchos de ellos reincidentes, les dio exactamente igual y disfrutaron del show profesional, populista y técnicamente impoluto de la cantante, que alternó bailes y canciones -rockeras al principio, con guiños étnicos y pop mediado el concierto y electrónicas y bailables al final - durante poco más de hora y media para el recuerdo de sus fans.
El recital-acontecimiento social, en el que colaboraron el Ayuntamiento de Bilbao y la Diputación de Bizkaia, no empezó como estaba previsto, con la balada Pienso en ti. Shakira pisó a fondo el acelerador desde el principio, con casi media hora de retraso y ya sin luz solar, con Años luz. "Soy un volcán en erupción", cantó en este tema, que provocó el primer salto conjunto del estadio, mecido con los arreglos arábigos que evidencian la sangre libanesa de Shakira, ya desatada, mostrando su imparable ombligo a la noche bilbaina y provocando los primeros de los muchos bizqueos de sus seguidores masculinos,principalmente.
Guitarras rockeras sacaron sus primeras uñas en la también bailable Te dejo Madrid, en la que tocó la armónica y pareció una confesión de su cambio de "elástica", ahora claramente blaugrana. A pesar del sonido farragoso, al menos al final del césped, se la escuchó decir que se sentía feliz de estar en Bilbao, a la vez que felicitó al Bizkaia Bilbao Basket por "llegar a la final de la ACB". Inmediatamente después de declarar "esta noche soy toda vuestra", atacó con Suerte (whenever, wherever), con su lerelore y el coro compartido contigo, mi vida, quiero vivir la vida, sin olvidar el guiño a la música andina de la canción, enmarcada en un solo fiero de guitarra eléctrica.
Siguió con otra balada rockista ya clásica en su repertorio, Inevitable, que calificó como "una de mis favoritas". E inevitable resultó el guiño cómplice y atento del público, que reaccionó con su estribillo como un único ser. Y aunque sus miradas, las directas a pesar de la distancia y las que descansaron en la visión cercana que proporcionaba las grandes pantallas de vídeo, no iban mucho más allá de las posaderas y las caderas inoxidables y siempre dinámicas de la artista, resulta obligado destacar la banda sonora proporcionada por hasta 9 músicos y coristas, sin apenas alardes pero siempre dispuestos al salto de estilo y proporcionar la red adecuada a la jefa.
La colombiana volvió a demostrar que es una de las grandes del pop comercial internacional, y no solo en castellano, porque fue capaz de desplegar un show dinámico y bailable sin que se resintiera su voz, que además se acercó en no pocas ocasiones a sus habituales melismas. Shakira ofreció después su versión de la conocida Notting else matters, de Metallica, en formato acústico, en un pequeño escenario situado en el borde del estadio y tras recibir un ramo de flores de una bailarina.
Acabó por los suelos, entre convulsiones, con un pie en el flamenco y otro en la música gitana, que dio paso a dos de sus éxitos planetarios. El primero y uno de los más aplaudidos fue Gitana, con la artista vestida con una falda flamenca, golpeándose el pecho y apoyada en la percusión de un cajón y una guitarra flamenca, que concluyó con un baile -"soy flamenca pero de ciudad", dijo- que realizó descalza. El segundo fue La tortura, rítmicamente entre el vallenato y el reggetón, y con un vocalista de color emulando a Alejandro Sanz, entre la entrega del público.
También se saltó Rabiosa, y no sonó su letra sensual, que seguro ha cantado al oído a Piqué en más de una ocasión. Se echó en falta aquello de "oye papi, vuélveme loca, aráñame la espalda y muérdeme la boca". Lo cambió por otro viejo éxito, Ciega, sordomuda, coreado de principio a fin por la grada mientras Shakira se triplicaba, al igual que el guitarrista de la cresta enorme, en la pantalla enorme situada tras el escenario.
Antes de la brutal recta final del recital, repleta de himnos radiados y coreados millones de veces, hizo su primera parada - más escasa que en el BEC- en el repertorio de su último disco, Sale el sol, con la esperanzada canción homónima, que dio paso a otro clásico, Las de la intuición, con la que arrancó la parte más electrónica y bailable del recital, con La Catedral convertida en una enorme discoteca al aire libre. Shakira, aunque ahora se declara culé por motivos obvios, en San Mamés se mostró como una leona, más cerca de la entrega apasionada de Toquero que del toque exquisito de los bajitos del Barcelona.
Y se vio en la parte final del recital, que volvió loco de atar al graderío. Especialmente con la rítmica Loca, que bailó con el apoyo coreográfico de dos bailarinas, y Loba, que introdujo con un clarividente "auhhh" antes de que una lluvia de lásers de color verde atravesara el cielo del botxo. Antes del bis sonó Ojos así, que evidenció las raíces libanesas de la colombiana.
Al final, después de la balada Antes de las seis y del ritmo machacón y macarra - "te querro, te querro"- de Hips don't lie, en la que la cantante se hizo varios kilómetros sobre el escenario, entre una lluvia de confeti, el agradecimiento del público y el sudor del escenario, el fin de fiesta llegó con Waka waka, himno ya entre lo balompédico y la crónica rosa, que Shakira introdujo con un bonito vídeo con niños y niñas africanas contando sus sueños. El éxito hizo vibrar a una Catedral extasiada y entregada a la colombiana, cuyo público asistió risueño y envidioso a los movimientos de cadera de la decena de afortunados de todas las edades, niños incluidos, que, tras una selección, compartieron escenario y bailoteo con la (ayer) leona de Barranquilla.
deia.com
conciertazo de los grandes
Fue como sentirse protagonista de la película Atrapado en el tiempo, en el papel de Bill Murray. San Mamés fue como un enorme plató en el que se volvió a vivir la fiesta de la marmota, aquella que disfrutaron alrededor de 17.000 personas en el BEC hace medio año. Shakira no es Dylan ni Springsteen, artistas capaces de "voltear" su repertorio cada noche y darlo vida con la introducción de canciones diferentes en cada puerto. La verdad es que a quienes acudieron a la Catedral, muchos de ellos reincidentes, les dio exactamente igual y disfrutaron del show profesional, populista y técnicamente impoluto de la cantante, que alternó bailes y canciones -rockeras al principio, con guiños étnicos y pop mediado el concierto y electrónicas y bailables al final - durante poco más de hora y media para el recuerdo de sus fans.
El recital-acontecimiento social, en el que colaboraron el Ayuntamiento de Bilbao y la Diputación de Bizkaia, no empezó como estaba previsto, con la balada Pienso en ti. Shakira pisó a fondo el acelerador desde el principio, con casi media hora de retraso y ya sin luz solar, con Años luz. "Soy un volcán en erupción", cantó en este tema, que provocó el primer salto conjunto del estadio, mecido con los arreglos arábigos que evidencian la sangre libanesa de Shakira, ya desatada, mostrando su imparable ombligo a la noche bilbaina y provocando los primeros de los muchos bizqueos de sus seguidores masculinos,principalmente.
Guitarras rockeras sacaron sus primeras uñas en la también bailable Te dejo Madrid, en la que tocó la armónica y pareció una confesión de su cambio de "elástica", ahora claramente blaugrana. A pesar del sonido farragoso, al menos al final del césped, se la escuchó decir que se sentía feliz de estar en Bilbao, a la vez que felicitó al Bizkaia Bilbao Basket por "llegar a la final de la ACB". Inmediatamente después de declarar "esta noche soy toda vuestra", atacó con Suerte (whenever, wherever), con su lerelore y el coro compartido contigo, mi vida, quiero vivir la vida, sin olvidar el guiño a la música andina de la canción, enmarcada en un solo fiero de guitarra eléctrica.
Siguió con otra balada rockista ya clásica en su repertorio, Inevitable, que calificó como "una de mis favoritas". E inevitable resultó el guiño cómplice y atento del público, que reaccionó con su estribillo como un único ser. Y aunque sus miradas, las directas a pesar de la distancia y las que descansaron en la visión cercana que proporcionaba las grandes pantallas de vídeo, no iban mucho más allá de las posaderas y las caderas inoxidables y siempre dinámicas de la artista, resulta obligado destacar la banda sonora proporcionada por hasta 9 músicos y coristas, sin apenas alardes pero siempre dispuestos al salto de estilo y proporcionar la red adecuada a la jefa.
La colombiana volvió a demostrar que es una de las grandes del pop comercial internacional, y no solo en castellano, porque fue capaz de desplegar un show dinámico y bailable sin que se resintiera su voz, que además se acercó en no pocas ocasiones a sus habituales melismas. Shakira ofreció después su versión de la conocida Notting else matters, de Metallica, en formato acústico, en un pequeño escenario situado en el borde del estadio y tras recibir un ramo de flores de una bailarina.
Acabó por los suelos, entre convulsiones, con un pie en el flamenco y otro en la música gitana, que dio paso a dos de sus éxitos planetarios. El primero y uno de los más aplaudidos fue Gitana, con la artista vestida con una falda flamenca, golpeándose el pecho y apoyada en la percusión de un cajón y una guitarra flamenca, que concluyó con un baile -"soy flamenca pero de ciudad", dijo- que realizó descalza. El segundo fue La tortura, rítmicamente entre el vallenato y el reggetón, y con un vocalista de color emulando a Alejandro Sanz, entre la entrega del público.
También se saltó Rabiosa, y no sonó su letra sensual, que seguro ha cantado al oído a Piqué en más de una ocasión. Se echó en falta aquello de "oye papi, vuélveme loca, aráñame la espalda y muérdeme la boca". Lo cambió por otro viejo éxito, Ciega, sordomuda, coreado de principio a fin por la grada mientras Shakira se triplicaba, al igual que el guitarrista de la cresta enorme, en la pantalla enorme situada tras el escenario.
Antes de la brutal recta final del recital, repleta de himnos radiados y coreados millones de veces, hizo su primera parada - más escasa que en el BEC- en el repertorio de su último disco, Sale el sol, con la esperanzada canción homónima, que dio paso a otro clásico, Las de la intuición, con la que arrancó la parte más electrónica y bailable del recital, con La Catedral convertida en una enorme discoteca al aire libre. Shakira, aunque ahora se declara culé por motivos obvios, en San Mamés se mostró como una leona, más cerca de la entrega apasionada de Toquero que del toque exquisito de los bajitos del Barcelona.
Y se vio en la parte final del recital, que volvió loco de atar al graderío. Especialmente con la rítmica Loca, que bailó con el apoyo coreográfico de dos bailarinas, y Loba, que introdujo con un clarividente "auhhh" antes de que una lluvia de lásers de color verde atravesara el cielo del botxo. Antes del bis sonó Ojos así, que evidenció las raíces libanesas de la colombiana.
Al final, después de la balada Antes de las seis y del ritmo machacón y macarra - "te querro, te querro"- de Hips don't lie, en la que la cantante se hizo varios kilómetros sobre el escenario, entre una lluvia de confeti, el agradecimiento del público y el sudor del escenario, el fin de fiesta llegó con Waka waka, himno ya entre lo balompédico y la crónica rosa, que Shakira introdujo con un bonito vídeo con niños y niñas africanas contando sus sueños. El éxito hizo vibrar a una Catedral extasiada y entregada a la colombiana, cuyo público asistió risueño y envidioso a los movimientos de cadera de la decena de afortunados de todas las edades, niños incluidos, que, tras una selección, compartieron escenario y bailoteo con la (ayer) leona de Barranquilla.
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conciertazo de los grandes
Última edición por borjius5 el Dom 5 Jun - 21:22, editado 1 vez