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En Hampden Park, un estadio que inmortalizó una volea irrepetible de
Zinedine Zidane y elevó al noveno cielo europeo al Real Madrid hace
diez años, echó a andar la competición olímpica para España, un equipo
que aspira a reeditar el oro dos decenios después de Barcelona 92.
Comenzó la selección a contrapie, con una derrota ante Japón que más
allá del resultado y el sofocón de situar a Brasil en el horizonte de
los cuartos de final, dejó unas sensaciones más que preocupantes con un
equipo mustio, contemplativo atrás y sin opción de réplica en todo el
partido.
Corren tiempos de bonanza para el fútbol español, sumido en un
lustro de éxitos sin precedentes. Así interpretan su contraparte los
rivales, que de entrada asumen un rol con reservas. Japón se mostró como
una selección solidaria y organizada, basada en la confluencia de nueve
trabajadores abnegados y un delantero, Nagai, capaz de personificar la
figura del autónomo.
Resuelto para jugar al espacio y de
espaldas, el nueve asiático fue clave para acreditar la propuesta
japonesa. Retrató a Domínguez, en una tarde para olvidar, y expulsó a
Iñigo Martínez en una jugada que evidencio muchos de los problemas de la
defensa española. Tuvo dos mano a mano, pero la definición es algo que
separa a los buenos de los elegidos.
Fue
sencilla a la par que práctica la tarea de Japón, valiente en la
presión durante los noventa minutos, plegada en el achique a una
distancia decente respecto a su arco y lanzada fulgurantemente tras la
recuperación. Sin balón, la propuesta nipona fue elogiable, y el
contraste estilísticos que provocó interesante. Con balón siempre tuvo
sentido.
Hizo de la paciencia España su mayor virtud. Aunque quizás pecó de
conformista e indolente. No es sencillo abrir un torneo con la púrpura
de unos Juegos Olímpicos, y España salió decidida a administrar
cualquier tipo de sobresalto.
Jugó sin alardes hasta que se
asomó, sin excesiva nitidez, a cabalgar el partido. Cuando más cómoda
estaba la selección de Luis Milla, llegó el shock japonés. Otsu se
aprovechó de un desconcierto grupal de la defensa española a la salida
de un corner para imponerse a Montoya y ajusticiar a De Gea, que dudó en
la salida.
El gol desencadenó una serie de acontecimientos
impredecibles. Difíciles de entender para un once que acumula centenares
de partidos en Primera y cuenta con campeones de Europa y del Mundo. El
espíritu minimalista de España, controlado hasta el máximo, derivó en
un frenesí de errores inexplicables. Una hemorragia que no paró hasta el
pitido final. Una atorada en cadena entre Montoya, Domínguez y De Gea a
punto estuvo de costar el segundo gol japonés apenas cinco minutos
después del primero.
No
quedó ahí el disloque español y su defensa. A falta de tres minutos
para el descanso, un mal control de Iñigo Martínez, el último hombre de
España, terminó en las botas de Nagai, que le hizo el lío al vasco,
quien lo derribo agarrándolo de la cintura. Roja directa.
No fue capaz España de cambiar el guión en la segunda mitad. La
selección de Milla no controló el partido y el despelote en defensa
alcanzó cotas aberrantes en el primer tercio de la reanudación. Hasta en
tres ocasiones pudo vacunar Japón a España. De Gea en una ocasión y dos
disparos excesivamente cruzados dejaron con vida a una selección
nacional completamente desnortada, ofreciendo una gama de facilidades al
rival incompatibles con la victoria en cualquier torneo serio.
Las
entradas de Oriol Romeu como pivote, que desplazó a Javi Martínez a la
posición de central, y la de Ander Herrera asemejaron a España a sí
misma. Se cortó la sangría defensiva y se ganó en criterio, orden y
profundidad, sobre todo por los costados gracias a los despliegues de
Montoya y Alba. No obstante, estas mejorías nunca estuvieron aparejadas
de precisión y velocidad. Tampoco el físico pareció el mejor. Rodrigo y
sus medias caídas son una metáfora de una lánguida España en el debut en
Londres 2012. Hampden Park dejó a un equipo mustio, sin acuse de
respuesta y con un mar de dudas para afrontar un torneo en el que la
victoria se antojaba como casi una obligación.
Mal comienzo, a ver si es el unico