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Llegaba el Atlético de Madrid al Santiago Bernabéu con la losa de
llevar 13 años sin ganar un derbi, pero con la moral por las nubes por
los ocho puntos de ventaja en la clasificación. Y sin embargo,
contrariamente a lo que se podía esperar, terminó pesando más lo primero
que lo último ante un Real Madrid bravo y recio, que supo madurar un
partido disputado de poder a poder. En buena medida, desnivelado gracias
a un Ronaldo hoy sí colosal, que marcó un golazo de falta al cuarto de
hora y fue poco a poco minando la moral y la personalidad del cuadro
rojiblanco, que terminó entregado como en años anteriores. Sobre todo
tras el gol de Ozil a la hora de partido, el desencadenante para poder
volver a ver a un Madrid eléctrico y vibrante como hacía tiempo que no
se veía. Un Madrid que bien pudo haber goleado a un Atlético que está ya
sólo a cinco puntos de distancia, con un partido ante el Barcelona tras
la esquina, y cuyo sueño quedó diluido una vez más en el Santiago
Bernabéu.
Empezó el partido agitado de antemano, con un plebiscito a Mourinho
en el que, tras la pantomima de las 21:20, sus defensores se esforzaron
más que sus detractores en hacerse notar cuando el balón aún no había
rodado siquiera. Y ese nervio inicial se trasladó al rectángulo de
juego, donde desde el primer minuto todos los jugadores quisieron dar
sentido a la concepción clásica del derbi, de la rivalidad, de la
disputa. Decía una pancarta en el Santiago Bernabéu: “Queremos 11 Sergio
Ramos”, y se encontraron con veinte. Y el resultado no fue otro que un
partido con mucho mediocampismo, con constantes pérdidas y robos, faltas
sancionadas y sin sancionar, empujones, reclamaciones arbitrales,
cargas, saltos, recortes al limbo, y contraataques capados antes de su
gestación siquiera. Un derbi espeso, sucio. Tanto, como intenso y
emocionante.
Tan mentalizados estaban todos los jugadores en
neutralizar a su rival que, en ese juego del gato y el ratón en el
centro del campo, los porteros se quedaron fuera del mismo. Así, en toda
la primera parte se vieron casi más disputas arbitrales que ocasiones
de gol, con el bueno de Undiano Mallenco intentando impartir calma y
justicia en un clima de total beligerancia, con Diego Costa
especialmente predispuesto al juego subterráneo. Casillas,
milagrosamente, despejó bajo el larguero un remate de Falcao a bocajarro
a un centro lateral, y Ronaldo dispuso de un tiro desde unos 35 metros
que Courtois despejó a córner viéndose incapaz de blocarlo. Y nada más
que eso en las porterías además del gol de Cristiano al cuarto de hora.
El golazo de Cristiano, perdón.
El luso aprovechó una inocente
mano de Arda para batir al portero rojiblanco con un ‘tomahawk’ de falta
directa desde unos 30 metros. Hace escasas semanas, antes del partido
ante el Athletic, se debatía entre el madridismo sobre quién debía ser
el lanzador de faltas ideal, y sin más lanzamientos directos desde
entonces, Ronaldo quiso dar el debate por cerrado con semejante disparo
en el derbi, combinación perfecta de potencia y precisión.
Un
golazo que además sirvió para apaciguar los ánimos rojiblancos, que en
los primeros quince minutos demostraron llegar con un fuerte impulso
como para subirse a las barbas de su vecino, y tras el gol se mostraron
ya algo más ‘respetuosos’. Con el rival, y con la historia reciente de
los derbis. Como si del último a éste el Atlético no hubiera
evolucionado nada, algo a todas luces innegable.
Y en esas
condiciones, el Real Madrid volvió a aprovecharse tras el descanso, y
nuevamente al cuarto de hora. Fue de nuevo Cristiano Ronaldo, que cuajó
un partidazo, el que sembró la semilla para el gol. Dirigió un
contraataque que no pudo acabar en las botas de Benzema, como quiso,
pero cazó el rechace para hacérselo llegar a Ozil, que se encontraba
solo en el extremo contrario aprovechando el desconcierto en la zaga
visitante. El germano, que hasta entonces había pasado nuevamente de
puntillas por el derbi, se destapó rematando de volea para poner un 2-0
en el marcador que fue ya sí el golpe de gracia para con el Atlético.
Simeone
probó con Tiago, Adrián, y Raúl García en el último cuarto del partido,
pero para entonces el Real Madrid se encontraba ya desatado. Se había
quitado los nervios y la presión iniciales, y se pudo ver al conjunto
descarado y deslumbrante al que había acostumbrado a la afición la
temporada pasada. Ronaldo remató al larguero y al palo tras dos
jugadones de Benzema (que acabó en falta) y de Ozil respectivamente. Y
si no marcó más goles, al Bernabéu tampoco le hizo falta para disfrutar
de una victoria que terminó entre olés del respetable. Esta vez sí, el
Real Madrid había dado el do de pecho en un momento clave de la
temporada, no perdiéndole la cara a un partido para hombres y recortando
así distancias con el segundo clasificado.
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