De Levante y Valladolid se conocían sus
virtudes. Se sabía que son dos conjuntos identificables a la perfección,
uno apoyado en la escuela del contragolpe como estilo de vida, y otro
fundamentado en el toque y la posesión. Hoy, durante muchos minutos,
demostraron que son capaces de mudar de piel sin perder un ápice de
efectividad. Se vio obligado el Levante a caminar cuesta arriba ante un
conjunto bien plantado y lo asumió con la personalidad de un equipo con
mayúsculas. Apoyado en su credo, asistido al final por la suerte con el
gol en propia puerta de Rukavina.
Concebido
para replegarse y salir, pronto se tornó en sinuoso el paisaje idílico
en el que generalmente se mueve bien el conjunto de Juan Ignacio
Martínez. No habían salido mal los locales, pero las curvas llegaron sin
avisar. A la salida de un corner, un despeje defectuoso de Ballesteros,
que la alejó mansa al balcón del área, fue el preludio de una volea
majestuosa de Baraja. Una ejecución perfecta con una trayectoria de
dentro afuera que se coló sin paliativos.
No se habían tenido
muchas noticias hasta el momento del Valladolid, ahogado en la salida
por la presión marcial del Levante, que trasladó sus operaciones, con y
sin balón, a la zona de tres cuartos de campo contrario. Ciertamente, la
baja de Víctor Pérez penaliza sobremanera la salida limpia para el
equipo de Djukic. Fue capital el despliegue de Diop, arrastrando la
presión adelantada y con fuerza para descolgarse en ataque. Suyo fue el
primer aviso serio de los granotas, con un disparo desde la frontal que
desvió Dani.
Fue progresivo el crecimiento del Levante durante
toda la primera mitad. Empujado por Diop e Iborra, afilado por Martins,
endulzado por Barkero. Jugando con total libertad, fue dinámica la
aportación del vasco, que trenzó todas las jugadas de su equipo en los
metros que cuentan. Pocas zurdas de tanta calidad hay en la liga. Casi
ninguna a balón parado. Por esa vía llegó el empate del Levante, tras
una bella factura de tiro libre que se coló pegada al poste.
La
segunda parte, adquirió un cariz anestésico. El Valladolid, menos
ambicioso que de costumbre, asumió con sus actos como bueno el empate.
Se limitaron los riesgos y se economizaron las salidas. Fue un ejercicio
de oficio. Incluso en sus momentos de mayor letargo, pudo ganar el
equipo pucelano gracias a una gran jugada de Rukavina, que asistió desde
línea de fondo para Larsson, quien desde el punto de penalti acertó un
disparo con marchamo de gol pero que se parapeto contra el cuerpo de un
compañero.
Esa jugada alteró el final que se anunciaba desde la
reanudación del encuentro. Había controlado el partido el Levante y casi
siempre había vivido en campo contrario. Los últimos minutos, y a raíz
del remate de Larsson, sí que mostraron las caras más reconocibles de
ambos equipos. Puede que disuadido por esa ocasión, pero la realidad es
que el equipo de JIM se replegó, descolgó a Martins y se ciñó a su ADN.
Buscar un zarpazo a la contra. Lo encontró una vez más. Un premio a la
fe de un equipo que jugaba de facto con diez, tras la lesión de Diop.
Tuvo la complicidad de la fortuna en el desvío de Rukavina que se coló
en su portería. Un castigo elevado para el Valladolid pero que premió la
gallardía del Levante, y sobre todo de Diop, que terminó desfallecido,
incapaz de sostenerse tras el pitido final.
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virtudes. Se sabía que son dos conjuntos identificables a la perfección,
uno apoyado en la escuela del contragolpe como estilo de vida, y otro
fundamentado en el toque y la posesión. Hoy, durante muchos minutos,
demostraron que son capaces de mudar de piel sin perder un ápice de
efectividad. Se vio obligado el Levante a caminar cuesta arriba ante un
conjunto bien plantado y lo asumió con la personalidad de un equipo con
mayúsculas. Apoyado en su credo, asistido al final por la suerte con el
gol en propia puerta de Rukavina.
Concebido
para replegarse y salir, pronto se tornó en sinuoso el paisaje idílico
en el que generalmente se mueve bien el conjunto de Juan Ignacio
Martínez. No habían salido mal los locales, pero las curvas llegaron sin
avisar. A la salida de un corner, un despeje defectuoso de Ballesteros,
que la alejó mansa al balcón del área, fue el preludio de una volea
majestuosa de Baraja. Una ejecución perfecta con una trayectoria de
dentro afuera que se coló sin paliativos.
No se habían tenido
muchas noticias hasta el momento del Valladolid, ahogado en la salida
por la presión marcial del Levante, que trasladó sus operaciones, con y
sin balón, a la zona de tres cuartos de campo contrario. Ciertamente, la
baja de Víctor Pérez penaliza sobremanera la salida limpia para el
equipo de Djukic. Fue capital el despliegue de Diop, arrastrando la
presión adelantada y con fuerza para descolgarse en ataque. Suyo fue el
primer aviso serio de los granotas, con un disparo desde la frontal que
desvió Dani.
Fue progresivo el crecimiento del Levante durante
toda la primera mitad. Empujado por Diop e Iborra, afilado por Martins,
endulzado por Barkero. Jugando con total libertad, fue dinámica la
aportación del vasco, que trenzó todas las jugadas de su equipo en los
metros que cuentan. Pocas zurdas de tanta calidad hay en la liga. Casi
ninguna a balón parado. Por esa vía llegó el empate del Levante, tras
una bella factura de tiro libre que se coló pegada al poste.
La
segunda parte, adquirió un cariz anestésico. El Valladolid, menos
ambicioso que de costumbre, asumió con sus actos como bueno el empate.
Se limitaron los riesgos y se economizaron las salidas. Fue un ejercicio
de oficio. Incluso en sus momentos de mayor letargo, pudo ganar el
equipo pucelano gracias a una gran jugada de Rukavina, que asistió desde
línea de fondo para Larsson, quien desde el punto de penalti acertó un
disparo con marchamo de gol pero que se parapeto contra el cuerpo de un
compañero.
Esa jugada alteró el final que se anunciaba desde la
reanudación del encuentro. Había controlado el partido el Levante y casi
siempre había vivido en campo contrario. Los últimos minutos, y a raíz
del remate de Larsson, sí que mostraron las caras más reconocibles de
ambos equipos. Puede que disuadido por esa ocasión, pero la realidad es
que el equipo de JIM se replegó, descolgó a Martins y se ciñó a su ADN.
Buscar un zarpazo a la contra. Lo encontró una vez más. Un premio a la
fe de un equipo que jugaba de facto con diez, tras la lesión de Diop.
Tuvo la complicidad de la fortuna en el desvío de Rukavina que se coló
en su portería. Un castigo elevado para el Valladolid pero que premió la
gallardía del Levante, y sobre todo de Diop, que terminó desfallecido,
incapaz de sostenerse tras el pitido final.
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