Como si de un plebiscito sobre el antiguo Emperador – véase Rafa Benítez - y su joven y hambriento sucesor – véase Brendan Rodgers - se tratase, el duelo en Anfield entre el Liverpool y el Chelsea se trataba de algo más que tres puntos. Incluso algo más que honra y orgullo. El Antiguo Régimen contra las ideas revolucionarias del norirlandés. Algunos aficionados del Liverpool incluso manifestaron abiertamente que preferían perder este partido para que se reconociera la valía del entrenador español. No sé que clase de locura transitoria lleva a un seguidor querer la derrota de su equipo por el amor que profesan a un ex técnico, pero en cualquier caso convertía este reencuentro en algo aún más morboso.
El partido empezó en su primer cuarto como toda la temporada local. Buenas intenciones que no se plasmaban en el césped de Anfield. Muy poca intensidad, bien por las nulas aspiraciones europeas, bien porque el centro del campo del Liverpool no da más de sí. Con Philippe Coutinho más centrado en apoyar a Luis Suarez que de crear juego, y Gerrard más centrado en acompañar a Lucas Leiva, los jugadores con más clase dejaban a los demás el peso de la creación, y no conseguían elaborar nada coherente. El caso es que el Chelsea tampoco apretaba las tuercas a su rival y con poquito esfuerzo consiguió adelantarse. Córner que sacó Mata y Oscar remata a gol, con Carragher bailando salsa llegando tarde a la cita.
Si en la primera parte estuvieron blanditos, el arranque del segundo acto nos mostró un Liverpool con el ojo inyectado en sangre. Vendaval red que puso contra las cuerdas al Chelsea, llegando a empatar el choque con un gol maravilloso que salió de las botas de Downing, pasando por Suárez y rematado con precisión por Sturridge. Y es que el ex jugador del Chelsea fue el principal revulsivo. Supliendo a un Coutinho decepcionante en la primera mitad, dio al Liverpool el instinto asesino que necesitaban. Lástima que ese instinto se le subiera a la cabeza a Luis Suarez, cometiendo un penalti infantil por mano, robándole la ocasión a Torres. Eden Hazard no perdonó y todo volvió al punto de partida, diluyéndose el buen juego en ocasiones puntuales entre Gerrard, Suárez y Sturridge.
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