Un partido con dos partes diferenciadas y condicionado por la expulsión del granota Diop. El Levante salió decidido a cerrar el marcador en los primeros compases, mientras que el Real Zaragoza esperó su momento. El punto de inflexión se vivió a los 7 minutos del segundo acto cuando la tarjeta roja del senegalés abrió el periodo maño y su candidatura a la victoria que fue frenada con el extraordinario papel realizado por Keylor Navas.
Se preveía un partido vivo y así fue desde el silbatazo inicial. Los granotas salieron con energías renovadas y mucho orgullo para reivindicarse ante las recientes acusaciones de amaños. El ataque azulgrana era un vendaval; desmelenado e intenso, protagonizado por un Pedro Ríos inconmensurable y omnipresente. El equipo basaba sus opciones en explotar las bandas, especialmente por el flanco derecho, con oleadas que iban menguando con el paso de los minutos por el desgaste físico. Era el momento para que los blanquillos recuperaran su lugar en el choque, principalmente a través del balón parado.
El descanso devolvió la ambición a los azulgranas. Si en el primer tiempo el saldo había sido positivo pero sin el botín del gol, aunque Acquafresca perforara la portería rival en una acción invalidada, el plan se truncaba cuando a los 52' Diop era expulsado con cartulina roja directa al elevar su pierna en exceso y golpear al rival. Era el acicate que necesitaban los aragoneses para creer en sus opciones que pudieron fructificarse con un posterior despeje de David Navarro que Navas sacaba de manera felina de su arco.
La inferioridad numérica tardó en ser asimilada por la escuadra valenciana. Ríos e Iborra eran los salvavidas para agarrarse al choque. El Real Zaragoza, a pesar de la tentadora situación, atacaba con cautela, con menos descaro del previsto -a excepción de las internadas de Víctor Rodríguez en una bonita lucha con el griego Nikos-. El Levante se encomendaba a su suerte que pudo llegar a través de la estrategia y de la cabeza de Iborra. Los guantes de Roberto evitaban el tanto.
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Se preveía un partido vivo y así fue desde el silbatazo inicial. Los granotas salieron con energías renovadas y mucho orgullo para reivindicarse ante las recientes acusaciones de amaños. El ataque azulgrana era un vendaval; desmelenado e intenso, protagonizado por un Pedro Ríos inconmensurable y omnipresente. El equipo basaba sus opciones en explotar las bandas, especialmente por el flanco derecho, con oleadas que iban menguando con el paso de los minutos por el desgaste físico. Era el momento para que los blanquillos recuperaran su lugar en el choque, principalmente a través del balón parado.
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La inferioridad numérica tardó en ser asimilada por la escuadra valenciana. Ríos e Iborra eran los salvavidas para agarrarse al choque. El Real Zaragoza, a pesar de la tentadora situación, atacaba con cautela, con menos descaro del previsto -a excepción de las internadas de Víctor Rodríguez en una bonita lucha con el griego Nikos-. El Levante se encomendaba a su suerte que pudo llegar a través de la estrategia y de la cabeza de Iborra. Los guantes de Roberto evitaban el tanto.
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