Un pestiño infumable certificó virtualmente la permanencia del Athletic de Bilbao en la Liga BBVA una temporada más y condenó a Segunda, salvo quimera improbable y casi matemáticamente imposible, a un Mallorca honesto en el esfuerzo, abnegado hasta desfallecer en inferioridad, pero que da para lo que da. Fue un tedio difícil de digerir la penúltima ronda en San Mames, que cerrará con su equipo en el lugar que le corresponde tras un curso tortuoso a nivel deportivo e institucional. Aduriz y un Llorente pitado hasta niveles sádicos por una afición que le guarda una inquina desmedida, pusieron la paz definitiva en Bilbao, alterada al final por el tanto de Giovani y las dudas locales.
Sólo la cabezonería de Marcelo Bielsa explica muchos de los problemas endémicos de este equipo a lo largo de la temporada y en un partido para el olvido. En el mejor de los casos, el Athletic es un agregado de buenas intenciones, un equipo que aspira a ser armonioso y eficiente. Eso en la teoría, porque a la hora de trasladar eso a la realidad, Bielsa es un esclavo de su dogma, y sus jugadores, víctimas de su verborrea inocua y un modelo quizás no aplicable a los jugadores que tiene ahora en el plantel.
Carente de un liderazgo palpable, el Athletic se empeñó en agarrar a la vida a un Mallorca famélico, sólo abrillantado por las jugadas de Giovani, un autónomo dentro de una unidad sin alardes. Ni el prematuro gol de Aduriz, que llegó tras un enredo imperdonable de Tissone, que fue tan ingenuo como impreciso en una salida de balón en campo propio, ni la expulsión de Fontás mediada la primera mitad, afianzaron a un Athletic timorato y pusilánime. Se quedó con diez el Mallorca, falló un penalti Aduriz y perdió el escaso control del partido que en algún momento tuvieron los de Bielsa.
En ningún momento durante setenta minutos demostró el Athletic que contaba con un hombre más en el terreno de juego. Sólo se dedicó a hacer el paria, especialmente en la fase inicial. Bien plantado el Mallorca, se conjugaron las dificultades del Athletic para sacar el balón jugado para ofrecer facilidades al conjunto visitante. Empujó Martí hacia delante la presión y los San José, Ekiza o Gurpegui se encargaron de hacer el resto. Perdieron balones infantiles e insuflaron de aire al Mallorca, que tampoco pudo aprovechar los regalos. A nivel de talento, sólo Giovani emerge. Casi con eso le da para rascar algo de San Mames. Dos tiros libres del mexicano a punto avivan un partido que parecía cerrado tras el gol de Llorente. Recortó Giovani las diferencias con un precioso disparo desde el flanco derecho y a punto estuvo de empatar el partido un par de minutos después desde la posición asimétrica y en una última jugada en la que achicó Gorka después de que el atacante comiera la tostada a un grupo de defensas desnortados que le rodeaban.
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Sólo la cabezonería de Marcelo Bielsa explica muchos de los problemas endémicos de este equipo a lo largo de la temporada y en un partido para el olvido. En el mejor de los casos, el Athletic es un agregado de buenas intenciones, un equipo que aspira a ser armonioso y eficiente. Eso en la teoría, porque a la hora de trasladar eso a la realidad, Bielsa es un esclavo de su dogma, y sus jugadores, víctimas de su verborrea inocua y un modelo quizás no aplicable a los jugadores que tiene ahora en el plantel.
Carente de un liderazgo palpable, el Athletic se empeñó en agarrar a la vida a un Mallorca famélico, sólo abrillantado por las jugadas de Giovani, un autónomo dentro de una unidad sin alardes. Ni el prematuro gol de Aduriz, que llegó tras un enredo imperdonable de Tissone, que fue tan ingenuo como impreciso en una salida de balón en campo propio, ni la expulsión de Fontás mediada la primera mitad, afianzaron a un Athletic timorato y pusilánime. Se quedó con diez el Mallorca, falló un penalti Aduriz y perdió el escaso control del partido que en algún momento tuvieron los de Bielsa.
En ningún momento durante setenta minutos demostró el Athletic que contaba con un hombre más en el terreno de juego. Sólo se dedicó a hacer el paria, especialmente en la fase inicial. Bien plantado el Mallorca, se conjugaron las dificultades del Athletic para sacar el balón jugado para ofrecer facilidades al conjunto visitante. Empujó Martí hacia delante la presión y los San José, Ekiza o Gurpegui se encargaron de hacer el resto. Perdieron balones infantiles e insuflaron de aire al Mallorca, que tampoco pudo aprovechar los regalos. A nivel de talento, sólo Giovani emerge. Casi con eso le da para rascar algo de San Mames. Dos tiros libres del mexicano a punto avivan un partido que parecía cerrado tras el gol de Llorente. Recortó Giovani las diferencias con un precioso disparo desde el flanco derecho y a punto estuvo de empatar el partido un par de minutos después desde la posición asimétrica y en una última jugada en la que achicó Gorka después de que el atacante comiera la tostada a un grupo de defensas desnortados que le rodeaban.
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