Llegó el día D. Tanto a Real Madrid como a Atlético se les estaba haciendo larga la temporada, pero por fin llega la cita que podría justificar el trabajo de todo el curso: la final de la Copa del Rey. La Copa de la vida, en este caso además, que se podría decir. Lo es para el aficionado atlético, al que se le corta el aliento cada vez que se enfrenta a sus vecinos merengues, verdugos sin remedio durante los últimos 14 años. Y lo es también para el hincha madridista, para el que esta final es la última posibilidad de concertar una cita con la diosa Cibeles antes de que el verano eche el telón de la presente temporada abajo.
Ambos equipos llegan con prácticamente todos sus jugadores en disposición de participar de esta final, quizás aletargados por los últimos resultados, pero con las espadas en todo lo alto. Es una final. Es un derbi. Es el último título en juego. El Santiago Bernabéu es el coso para alojar semejante faena. La rivalidad entre ambos es centenaria. Y en el fondo subyace el deseo rojiblanco de revertir la maldición en los derbis, de repetir la machada de hace 21 años con aquel 2-0 con Aragonés, Futre o Schuster. No se puede pedir más para poner el broche al curso en España, desde luego.
Para el madridismo será además especial porque será el último título en juego de José Mourinho antes de que abandone la Casa Blanca. Conforme se acerca el momento de su despedida, cada vez los hay más descreídos entre la hinchada de que esta etapa haya sido tan positiva como se esperaba hace tres años. O como el propio técnico quiere vender. Será la última oportunidad de que el de Setúbal pueda lavar de alguna forma su imagen, de mantener su caché después de una década sin firmar una sola temporada sin títulos. Irónicamente, después de las muchas desavenencias de las últimas fechas, está en manos de esos mismos jugadores entre los que media un abismo.
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