Los calvos prematuros tienen la ventaja de que sólo envejecen una vez: el año de la caída. Después permanecen inalterables en el tiempo, mientras sus peludos coetáneos se deterioran poco a poco y se atormentan cuando encuentran un cabello (suyo) en la almohada. Chris Horner ya era calvo a los 25 y eso le permite competir a los 41 con un aspecto formidable. No sólo eso, ayer venció en Lobeira con la elegancia y la potencia de un ciclista en plenitud. Después, en el podio, como ganador y nuevo líder, Horner lució una calva arrebatadora y juvenil. Se confirma que las victorias embellecen.
La jornada fue especial por muchas razones, entre otras, la ubicación de la mirada del cronista. Vivir una etapa desde un coche de la organización ofrece una perspectiva única de la carrera. Para empezar se advierte la existencia de la carrera que precede a la carrera, en la que participan todo tipo de aparatos motorizados, incluyan helicópteros. La disputa es tan enloquecida que el vehículo que adelanta siempre parece conducido por Ben-Hur. Aunque nunca falta competencia (reñidísima), la etapa la gana inexorablemente el imponente equipo de la Guardia Civil, maillot verde con franjas reflectantes.
El atónito pasajero saborea todos los tipos adrenalina. Primero se emociona por el espectáculo, luego teme por su vida y por fin se conmueve al fijarse en el rebosante público. Es entonces cuando nos asaltan varias tentaciones. La primera es imaginar que esa gente nos jalea por algún motivo (quieren gorras) y la segunda es asomar el tronco por el techo retráctil y saludar a la multitud como la reina madre. En ambas tentaciones se cae. Gozosamente, diría.
Vivir una etapa desde una isleta o rotonda es un placer que se convierte en exclusivo si se encuentra al final de un puente estrecho azotado por el viento. En semejante lugar nos apiñábamos un centenar de observadores cuando el pelotón cruzó el puente que conduce a la Isla de Arosa. La sorpresa llegó al comprobar que los ciclistas, en formación de abanico, no sólo se aproximaban por el carril de ida (lógico), sino también por el de vuelta (inquietante). Sólo diré que vi a un coche dar marcha atrás como si retrocediera en el tiempo y a Gilbert cruzar la isleta esquivando bañistas, señoras con moño y a un servidor de ustedes. Los angelotes de Murillo también corren la Vuelta.
En la ascensión a Lobeira no cesaron los acontecimientos extraordinarios. En las primeras estribaciones asomó un caballo blanco pintado con los colores de España. Al poco, atacó el italiano Santaromita. Lo hizo con tanta decisión que a los cinco minutos, y gracias a Juan Mari, el speaker de Unipublic, ya conocíamos su palmarés, cómo se llamaba su primera novia y por qué rompieron.
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Vivir una etapa desde una isleta o rotonda es un placer que se convierte en exclusivo si se encuentra al final de un puente estrecho azotado por el viento. En semejante lugar nos apiñábamos un centenar de observadores cuando el pelotón cruzó el puente que conduce a la Isla de Arosa. La sorpresa llegó al comprobar que los ciclistas, en formación de abanico, no sólo se aproximaban por el carril de ida (lógico), sino también por el de vuelta (inquietante). Sólo diré que vi a un coche dar marcha atrás como si retrocediera en el tiempo y a Gilbert cruzar la isleta esquivando bañistas, señoras con moño y a un servidor de ustedes. Los angelotes de Murillo también corren la Vuelta.
En la ascensión a Lobeira no cesaron los acontecimientos extraordinarios. En las primeras estribaciones asomó un caballo blanco pintado con los colores de España. Al poco, atacó el italiano Santaromita. Lo hizo con tanta decisión que a los cinco minutos, y gracias a Juan Mari, el speaker de Unipublic, ya conocíamos su palmarés, cómo se llamaba su primera novia y por qué rompieron.
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