La Vuelta a España se cobra con los velocistas la deuda que las grandes carreras adquieren con los escaladores. En el Giro o en el Tour, las etapas de montaña, o los finales en alto, se dosifican como si pudieran empachar al aficionado o al escalador, como si el exceso de emoción, igual que el exceso de azúcar, resultara perjudicial para la salud. De ahí la repetición de las etapas llanas y somníferas, llenas de acelgas, de ahí los estratosféricos récords que cada temporada engordan a Cavendish o al sprinter de moda.
Ninguno de esos afamados velocistas se encuentra en esta Vuelta por lógica prescripción del libro de ruta (doce llegadas en alto). Hasta en eso es generosa la carrera. No sólo concede a los flacos escaladores las oportunidades que otros entregan a los más rápidos, sino que además premia, como ayer, a los sprinters meritorios o de segundo rango. Eso es todavía el australiano Michael Matthews, un muchacho de 22 años que apunta a estrella: campeón mundial Sub-23 en ruta (2010), ganador de dos etapas en el Tour de Utah este año y primer triunfador al sprint en una edición poco apta para los de su especie. Una vez más, podremos decir que nosotros lo vimos primero. En la Vuelta.
La victoria del ciclista del Orica (el equipo feliz) nos reconfortó en la misma medida que lo hubiera hecho el triunfo del segundo clasificado, el argentino Maximiliano Ariel Richeze, nombre aristocrático para un corredor que lo lleva en la sangre. Le dejaremos vencer antes de adelantar su historia.
Lástima que todavía no se hayan inventado las grandes vueltas a la medida de escapistas, fugados y otros rebeldes de similar condición. Con las escapadas sucede como con las compañeras desconocidas del vagón del metro: te encariñas, y eso cuando no imaginas una historia apasionada, repleta de aventuras y siempre con trágico final, en la siguiente parada o dos más allá.
Algo así, aunque menos romántico, nos ocurrió ayer con Antonio Piedra (Caja Rural), Winner Anacona (Lampre), Jurgen Van den Walle (Lotto), Arnaud Courteille (FDJ) y Nicolas Edet (Cofidis), fugados en el kilómetro nueve y con transbordo a 3,5 kilómetros de la Estación Termini.
Emboscados en un terreno tan espectacular como rompepiernas, su ventaja superó los diez minutos y, como somos de natural iluso, llegamos a pensar seriamente que lograrían su objetivo. No lo consiguieron, sin embargo. En su persecución se involucró hasta la única tormenta de los alrededores. También Orica, Omega y cuantos equipos se intuyen con un velocista dentro del autobús.
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La victoria del ciclista del Orica (el equipo feliz) nos reconfortó en la misma medida que lo hubiera hecho el triunfo del segundo clasificado, el argentino Maximiliano Ariel Richeze, nombre aristocrático para un corredor que lo lleva en la sangre. Le dejaremos vencer antes de adelantar su historia.
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Algo así, aunque menos romántico, nos ocurrió ayer con Antonio Piedra (Caja Rural), Winner Anacona (Lampre), Jurgen Van den Walle (Lotto), Arnaud Courteille (FDJ) y Nicolas Edet (Cofidis), fugados en el kilómetro nueve y con transbordo a 3,5 kilómetros de la Estación Termini.
Emboscados en un terreno tan espectacular como rompepiernas, su ventaja superó los diez minutos y, como somos de natural iluso, llegamos a pensar seriamente que lograrían su objetivo. No lo consiguieron, sin embargo. En su persecución se involucró hasta la única tormenta de los alrededores. También Orica, Omega y cuantos equipos se intuyen con un velocista dentro del autobús.
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