El que quiera a un LeBron modesto, aquí lo tiene: “Me hace muy feliz poder meter unos cuantos puntos para colaborar en la victoria de mi equipo”. Pero el que prefiera al LeBron de los titulares grandilocuentes se quedará con esta otra cita, también poco después de triturar a los Bobcats: “El hombre que está por encima de todos nosotros me dio una habilidad increíble para jugar a este juego llamado baloncesto. Y sólo quiero aprovecharme de ello en cada partido. Salgo a la cancha para ser el MPV de la NBA, el MVP de mi equipo. Mi propio MVP, para mí y para mi familia. Me he puesto el listón muy alto y tengo que responder a esas expectativas”. LeBron…
No sabemos quién demonios le dio esa habilidad, pero el hecho es que habíamos escrito Kevin Durant en el trofeo de MVP seguramente demasiado pronto. Y habíamos vaticinado que este año los Pacers llegarían con un cuerpo de ventaja a los playoffs del Este otra vez demasiado pronto. En las últimas semanas, especialmente a partir del parón del All Star, los Heat han comenzado a ser los Heat y LeBron está siendo más LeBron que nunca. Ha jugado partidos mejores porque no hay nada como una hazaña en playoffs, y él ya tiene unas cuantas en el zurrón. Pero numéricamente se puede decir que ante los Bobcats, un nombre que se va pero que quedará estar en el libro de historia de uno de los mejores jugadores de siempre, LeBron James (37'3 puntos y 67% en tiros en sus tres partidos con máscara) jugó el mejor partido de su carrera.
Vamos allá, cinturones apretados: 61 putos, 8/10 en triples, 22/33 en tiros de campo, 7 rebotes y 5 asistencias. Y sólo dos pérdidas en algo más de 41 minutos. Cuando se sentó, quedaba 1:24, el público estaba en pie y sus compañeros se levantaron a rodearlo. Fue una muestra espontánea de devoción devota, más que testigos y casi, ya que él abrió el melón religioso, apóstoles de un profeta que tuvo una de esas noches que de vez en cuando tienen los jugadores extraordinarios, una en la que podía haber seguido jugando y metiendo, jugando y metiendo, jugando y metiendo… Récords: nunca había superado los 60 puntos en un partido (su anterior marca, 56 en marzo de 2005 y todavía con los Cavaliers); nunca un jugador de Miami Heat había anotado tanto (Glen Rice metió 56 el 15 de abril de 1995). Más: también es récord para él y para su equipo los 22 tiros de campo convertidos y los 25 puntos que metió sólo en el tercer cuarto. Después de 24 en el primer tiempo y para 49 antes de comenzar el último cuarto… En ese tercer parcial, los Bobcats, un buen equipo que huele a playoffs pero que bastante hizo con salir de la pista por su propio pie, anotó lo mismo que el Rey: otros 25 puntos.
La exhibición de LeBron sella el octavo triunfo seguido del actual campeón, que proyecta su alargada sombra sobre Indianápolis, pero marca sobre todo la diferencia que supone un jugador, la razón por la que su equipo siempre entrará como favorito a los playoffs: el que quiera eliminar a Miami tendrá que ganarle cuatro partidos de siete al actual LeBron. Suerte con eso: lo hizo Dallas en la final de 2011, parece que hace una eternidad, casi lo hace Indiana en la última final del final del Este y casi, casi, casi lo hacen los Spurs después en la final. Pero ni el casi ni el casi, casi, casi son suficientes. Y LeBron es cada vez mejor jugador. Hoy por hoy no tiene mucho que ver con el que ganó el primer anillo ante los Thunder y casi nada con el que se vio impotente ante los sistemas defensivos de Carlisle y los trabajos heroicos de Nowitzki. Aquel jugador, que ya era un terremoto, era sólo un molde del que surgió una forma superior de jugar al baloncesto. Fue en los siguientes playoffs, en 2012. En la final del Este y en un escenario tan mítico como el Garden de Boston. Recuerdo: los Celtics arrancaron el quinto partido de Miami y llegaban a su cubil con 3-2, bola de partido para dejar fuera a unos Heat que se enfrentaban a dos años de sequía del big-three y a la consiguiente catarata de críticas y dudas, quizá el final del proyecto. Aquel día LeBron descerrajó cualquier atisbo de maldición sobre su nombre. Su equipo ganó 79-98 y James firmó 45 puntos, incapaz de fallar: 19/26, también cogió 15 rebotes y dio 5 asistencias. Su primer anillo estaba a un palmo. Y los que le seguirían, veremos cuántos: las trincheras de los Celtics de Doc Rivers aceleraron la mutación de LeBron a partir de una profunda confianza que dio sentido por fin a su ego: LeBron James iba a ser lo que siempre se había pensado que iba a ser.
No jugó Wade. Bosh echó una mano con 15 puntos y 7 rebotes. Y Al Jefferson siguió con su monstruosa temporada (38 puntos, 19 rebotes) en un duelo que ahora mismo se repetiría en primera ronda de playoffs pero en el que no tuvo sentido nada más allá de LeBron, que ya había rebasado los 56 puntos que eran su última frontera recién superado el ecuador del tercer cuarto y tras la enésima canasta improbable, esta entre tres defensas. Incluso en ese tercer cuarto, en el que los triples de LeBron llovían en versión ciclogénesis, Charlotte intentó seguir en el partido. Pero descarriló porque no podía ser de otro modo y queda, curiosamente en el año de su redención y en el que tiene una defensa seriamente fiable, como el equipo que ha concedido las dos mayores anotaciones individuales de la temporada: estos 61 de LeBron, antes 62 de Carmelo Anthony (el 24 de enero). Pero no se puede culpar demasiado porque daba igual el rival. Era la noche del Rey, estuviera quien estuviera delante. Una cuestión de “eficiencia”, como aseguró casi con retranca Spoelstra después del partido: “el aro era como el océano para él”. Y tanto que sí.
Fuente as.comQuieres comentar la noticia ? Registrate en [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] solo se pide: nick, contraseña y correo electrónico. No hay publicidad.
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