Un duelo entre hermanos muy simbólico
Boateng vs Boateng. Alemania vs Ghana
Kevin-Prince es el inmigrante renegado y Jérôme el asimilado modélico. Cada un defiende un país.
Se podría decir que esta Alemania multicultural, más bajita, más morena y más técnica que la habitual versión del atlético fussball germano, ya se ensayó en Wedding hace dos décadas. Wedding es uno de esos barrios berlineses que la inmigración de los años 70 y 80 transformó en un 'melting pot': una olla urbanita en la que se cuecen minorías de muy diversas procedencias. Polacos, italianos, latinoamericanos, yugoslavos, africanos y sobre todo, desde 1973, una gran oleada de turcos anatolios modificaron el paisaje y el paisanaje de un distrito que hacía frontera con el otro mundo: su límite administrativo terminaba allí donde se erigía el Muro que encerraba a los 16 millones de habitantes de la RDA.
En sus calles se comenzó a cocinar con especias exóticas y ha conversar en acentos extraños. Lo que no se abandonó jamás fue la práctica del fútbol: en aquel barrio había nacido el Hertha, el club señero de la mitad occidental de la capital -esta temporada, tristemente descendido a Segunda- y allí mantuvo su coqueto estadio hasta su traslado al periférico y semivacío Olympiastadion.
Los hijos de los inmigrantes mantuvieron aquel vínculo tan íntimo entre el barrio y el balón, pero incorporando culturas balompédicas situadas en las antípodas del clásico fútbol industrial alemán. Dos de aquellos niños eran los hermanos Kevin-Prince y Jérôme, hijos de un mismo padre ghanés y diferentes madres alemanas. A pesar de los vericuetos de su estirpe y de su opuesta personalidad, la pasión por la pelota les unió desde la cuna. Su alrededor exudaba fútbol: Wedding y sus calles, permanentes escenarios de partidos suburbiales contra los niños turcos de la calle de al lado; el Hertha y su impagable papel como emblema deportivo del Berlín reunificado; o el tío ghanés que logró triunfar y jugar con su selección.
Pero Kevin-Prince siempre tenía un motivo más para cultivar su ego: por parte de madre era además pariente de Helmut Rahn, el modesto futbolista del Rot-Weiss Essen que se convirtió en estrella nacional al ganar prácticamente solo a la Hungría de Puskas en la final del Mundial de 1954. Tal vez por ello siempre mostró un perfil más narcisista.
El fútbol logró mantenerlos unidos hasta que los carácteres de Kevin-Prince y Jérôme se bifurcaron. Tras varios incidentes extradeportivos, KP probó fortuna en la Premier británica, lo que le daría la oportunidad de reventar los ligamentos del tobillo derecho de Michael Ballack. Mientras, Jérôme se ha curtido en el Hamburgo y ha logrado algo que probablemente su hermano mayor ambicionaba: representar a su país de nacimiento, Alemania.
Mañana acuden convocados a un partido del Mundial en combinados enfrentados. Por primera vez en la historia de la Copa del Mundo, dos hermanos se podrían enfrentar escuchando himnos diferentes, levantando banderas distintas. Kevin-Prince, que se enfundó todas las versiones juveniles del águila germana hasta la selección sub-21, decidió hace justo un año defender la absoluta de Ghana.
Algunos periodistas tienen el morbo subido con el enfrentamiento fraternal, una anécdota vistosa pero colateral a un partido devenido en eliminatoria de dieciseisavos. Tras cargarse las esperanzas mundialistas de Ballack (y, en opinión de quien esto suscribe, acelerar las de una regeneración fubolística en la 'Mannschaft'), KP fue sacrificado en los altares de la prensa sensacionalista mientras, por mera comparación, su hermanastro era santificado como un nuevo Fray Escoba con balón. Los medios sancionaron con regocijo el fin de las relaciones entre ambos Boateng: "no tengo nada que hablar con él. Que vaya por su lado y yo por el mío", declaró entonces Jérôme.
Conforme se acerca el pitido inicial aumentan quienes dibujan un enfrentamiento entre el Ying y el Yang, entre el chulo asocial y el inmigrante integrado, entre la 'Estrella negra' y el águila sobre fondo blanco... En realidad son sólo dos matices de un mismo gris, dos hermanos coyunturalmente parapetados en trincheras opuestas. Pero por muy enfrentados que los pinte la prensa amarilla, seguro que cuando se vean en los pasillos del estadio recordarán, con una sonrisa, que este partido ya lo jugaron mil veces de pequeños sobre las calles de un Wedding con aroma a curry y acento turco.