Si designar a Qatar sede del Mundial 2022 se puede considerar un pequeño paso para el fútbol, también debe considerarse un gran salto para la arquitectura. Su elección ha provocado que en los despachos de arquitectos más exclusivos del mundo se descorcharan no pocas botellas de champán. Empezando por el de Norman Foster, que será el encargado de levantar el futurista Lusail Iconic Stadium en Doha, la joya de la corona. Un estadio solar con techo retráctil, enclavado en un lago artificial y que creará un microclima de 27º en el desierto en junio refrigerado con aire acondicionado. Allí se jugará la final y se desarrollará la ceremonia de apertura del Mundial 2022.
El Lusail es uno de los 12 estadios que se construirán: Lusail Iconic (86.250 espectadores), Al Khor (45.330), Al Rayyan (44.740), Education City (45.350), El Gharafa (44.740), Khalifa International (68.030), Al Shamal (45.120), Al Wakrah (45.120), Doha Port (44.950), Qatar Univertity (43.520), Sports City (47.560) y Umm Slal (41.120). Un despliegue arquitectónico sin precedentes en el planeta en un radio de distancia de apenas 60 kilómetros.
Esta inversión ha sido la solución aportada por el gobierno qatarí para hacer frente al infernal calor desértico que rondarán los 37 grados. Ese era el punto flaco de la candidatura. Otra de las cosas que preocupan es la inquietud que genera el operativo general y la inexistencia de instalaciones para los equipos. Aunque eso se resolverá de aquí al 2022 construyendo futuristas centros de alto rendimiento, además de hoteles para albergar 84.000 habitaciones. El gasto de la candidatura asciende a 3.645.500 millones de euros, 3.000 en la construcción de estadios y el resto en la organización donde se incluye a los embajadores Zidane, Guardiola, Bastituta, Milutinovic...
Un lujo de embajadores.