“Tengo envidia de los laterales de hoy. No por el dinero que ganan, sino por la libertad que tienen para jugar”, explicaba Nilton Santos en una de sus últimas entrevistas antes que el mal de Alzheimer le secuestrase los recuerdos y le obligase, desde 2007, a estar recluido en una clínica de Río, los gastos de la cual paga hasta hoy el Botafogo. Era lo mínimo que podía hacer el club de la Estrella Solitaria con su mayor símbolo deportivo.
En su país, le consideran el mejor lateral de todos los tiempos. Fuera de Brasil, nadie le puede discutir su aportación: revolucionó su posición, al ser el primero que tuvo la personalidad de cruzar el medio del campo para convertirse, en su caso por el lado izquierdo, también en una arma ofensiva. Con Nilton Santos nació el concepto de lateral carrilero, que tanto caló en el fútbol brasileño. Como todos los genios innovadores que rompen paradigmas, Nilton también tuvo que superar críticas e incomprensión. Prueba de ello, es la célebre anécdota ocurrida en el debut brasileño en el Mundial 58, un 8 de junio, en Goteborg, contra Austria. Con 1-0 a favor, Santos cogió el balón y partió con determinación hacia el ataque. El seleccionador, el impávido Vicente Feola, se desesperó, al ver como el lateral dejaba su flanco desguarnecido. “Volta, Nilton! Volta” (“Vuelve, ¡Nilton!, vuelve”), se desgañitaba. Su pupilo hacía oídos sordos, cabalgando por la izquierda. Tiró una pared con Mazzola. “Volta, Nilton!” Y, cuando se plantó ante el portero Szanwald, tocó con categoría para hacer el 2-0. Feola cambió el discurso como si nada: “Boa, Nilton!, Boa!” (“Buena, ¡Nilton! Buena”).
Botafogo, Botafogo y Botafogo
Hijo de un pescador y una conserje de escuela, nació el 16 de mayo de 1925, en Río de Janeiro. Como sus coetáneos, su mundo giraba en torno al balón. Su vida cambió en 1945 cuando entró en la Aeronáutica. Entre los militares, su condición de ‘crack’ quedó revelada. Jugaba de ‘10’. Tras un test frustrado en el Fluminense, fue el propio Nilton que no se vio capacitado para encararlo, desembarcó en el Botafogo, por indicación de Bento Ribeiro, tío de su coronel y directivo del club. Desde el día que entró en General Severiano para probar fortuna, nunca más se movió. Fue el único club que defendió en su vida. Fueron 17 años como profesional (1948-1964), más de 20 títulos en su palmarés en la época más dorada de la entidad y 729 partidos disputados, un récord que difícilmente será igualado.
En el Botafogo, Zezé Moreira, lo retrasó al lateral. “Usted es demasiado alto para jugar en el ataque, váyase a la defensa”, argumentó el técnico que dirigiría a Brasil en el Mundial 54. Desde su debut, en marzo de 1948, sorprendió por su inteligencia y su exquisita técnica. Tenía un fútbol hábil y refinado. Era ambidiestro, característica nada habitual en esa época, lo que le permitió ocupar los dos laterales. Era un futbolista clásico, elegante y noble, que difícilmente hacía faltas y nunca recurría a la violencia, lo que desesperó a algún que otro entrenador con pensamientos trogloditas.
El fútbol que practicaba era la extensión de su personalidad. En cierta ocasión, cuando le pidieron que se autodefiniese, dijo: “Soy un tipo que sólo jugó a fútbol en un club, terminé mi carrera con cuatro meniscos, lo que prueba que tenía un buen equilibrio. Soy muy feliz porque tengo la conciencia tranquila. Cuando tengo sueño, me duermo en cinco minutos. Mi religión es no hacer mal a nadie y, si puedo, ayudo al prójimo”.
Nilton fue un romántico que nunca se movió por principios mercantilistas. “Creo que siempre fui un amateur, llegué a firmar tres contratos en blanco en el auge de mi carrera”, explicaba sin arrepentimientos. “Lo haría todo de nuevo, todo lo que tengo, lo que soy, se lo doy al Botafogo”. Un amor que sólo compartía con el balón. “Es mi vida, fue quien me lo dio todo, nunca me traicionó, nunca me tocó en la espinilla, siempre me obedeció, la pelota es mi vida”. Su autobiografía, lanzada en 1998, no podía tener otro nombre: “Mi balón, mi vida”.
Una influencia siempre positiva
Ejercía un liderazgo silencioso y firme. Era una referencia en el vestuario, donde se hacia escuchar con sus sabios y ponderados consejos. Era la ‘Enciclopedia del Fútbol’, epíteto que le puso en 1957 el periodista Waldir Amaral, encantado con su extrema categoría y su saber estar. Tuvo un papel decisivo en la historia del fútbol brasileño. Primero, cuando un 10 de junio de 1953, apareció en General Severiano un desgarbado de piernas torcidas, que, en su test, se atrevió a meterle un túnel. Nilton tuvo claro que aquel chico morfológicamente atípico tenía madera de ‘crack’. Cuando los directivos le preguntaron su parecer al término del entreno, Nilton sentenció. “Es un monstruo. Creo que lo tendríais que contratar, mejor que esté con nosotros que contra nosotros”.
Aquel ‘chico torcido’, como lo definió el propio Santos, era Garrincha, la alegría del pueblo, el ‘crack’ de cabeza de chorlito que enamoraba a las masas con sus orgías de regates. Nilton lo apadrinó. Se convirtió en su ‘compadre’, intentándolo apartar sin éxito del alcoholismo que acabó con su vida, o defendiéndole de los directivos que sólo le veían como una máquina para facturar. Fue su mejor amigo del fútbol.
Tuvo un protagonismo indiscutible en Suecia 58. Nilton Santos, aprovechando la fuerza de su status, fue uno de los que presionó, al lado de Didí, para que el cuerpo técnico introdujese cambios, tras el empate sin goles ante Inglaterra. Salieron los flamenguistas Joel y Dida, y entraron Garrincha y un adolescente llamado Pelé. A partir de ahí, la historia es conocida, tres partidos, tres victorias y Brasil ganando su primer Mundial.
Cuatro años después, la flema de Nilton volvió a ser decisiva. Pelé, ya eternizado, se rompió y dijo adiós al Mundial a las primeras de cambio. Su sustituto iba a ser el asustado Amarildo, de 21 años. Lo cogió por banda en un cuarto del hotel. “Estás aquí por lo que hiciste en el Botafogo, no quieras inventar nada, juega como sabes sin pensar en el lugar de quien entras. Además, tienes la ventaja de estar acostumbrado a jugar con Garrincha, Didí y Zagallo, va a ser muy fácil para ti”. El sermón caló. El ‘Poseso’ se salió, marcando tres goles vitales para revalidar el título.
El éxito de la fidelidad
Nilton tuvo el mérito indiscutible de construir una carrera victoriosa y lineal, haciendo historia tanto con Brasil, como con el Botafogo. Debutó como internacional, en la Copa América de 1949 y fue reserva en el fatídico Mundial 50. No tenía la confianza del técnico Flavio Costa, que le exigía, en vano, dosis de violencia e intimidación. Bigode, del Flamengo, ocupó el lateral izquierdo, y fue por allí que el uruguayo Ghiggia mortificó a Brasil, dando una asistencia y haciendo el gol que selló el ‘Maracanazo’. Nilton se afianzó como titular en el Panamericano de Chile, en 1952. Estuvo en el Mundial de Suiza, en 1954. En la ‘Batalla de Berna’, que costó la eliminación, sufrió una de las pocas expulsiones de su carrera, tras agredirse mutuamente con el húngaro Bozsik.
Formó parte del mejor Botafogo de todos los tiempos, un equipo de ensueño donde tuvo el placer de jugar al lado de astros como Gerson, Didí, Garrincha, Zagallo, Quarentinha o Amarildo. Una constelación que, junto al Santos de Pelé, formó la columna vertebral del bicampeonato Mundial. Eran tardes de gloria en Maracaná, con partidos épicos y una ‘torcida’ maravillada por el ‘futebol arte’ desplegado en clásicos de una calidad increíble. Y Nilton Santos, siempre allí. Garrincha se llevaba a todos los rivales a la derecha, y la ‘Enciclopedia’ tenía la coartada para hacer sus célebres arrancadas y convertirse en un nuevo recurso ofensivo.
Rozando los cuarenta años se retiró, en 1964. Posteriormente, el hombre fiel a unos colores sólo entrenó a cinco equipos: Galicia, Vitoria, ambos del estado de Bahía, Bonsucesso (Río de Janeiro), Sao Paulo (Río Grande do Sul) y Taguatinga, de Brasilia. Nunca le acabó de gustar la carrera de entrenador. Fue director de fútbol de Botafogo y tuvo una tienda de productos deportivos, que no le acabó de funcionar. Trabajó también en proyectos sociales en favelas de Río de Janeiro, Uberaba y Brasilia. Ahora su llama del recuerdo se apaga, acompañado siempre de amigos y fans incondicionales.
:donbalon:
En su país, le consideran el mejor lateral de todos los tiempos. Fuera de Brasil, nadie le puede discutir su aportación: revolucionó su posición, al ser el primero que tuvo la personalidad de cruzar el medio del campo para convertirse, en su caso por el lado izquierdo, también en una arma ofensiva. Con Nilton Santos nació el concepto de lateral carrilero, que tanto caló en el fútbol brasileño. Como todos los genios innovadores que rompen paradigmas, Nilton también tuvo que superar críticas e incomprensión. Prueba de ello, es la célebre anécdota ocurrida en el debut brasileño en el Mundial 58, un 8 de junio, en Goteborg, contra Austria. Con 1-0 a favor, Santos cogió el balón y partió con determinación hacia el ataque. El seleccionador, el impávido Vicente Feola, se desesperó, al ver como el lateral dejaba su flanco desguarnecido. “Volta, Nilton! Volta” (“Vuelve, ¡Nilton!, vuelve”), se desgañitaba. Su pupilo hacía oídos sordos, cabalgando por la izquierda. Tiró una pared con Mazzola. “Volta, Nilton!” Y, cuando se plantó ante el portero Szanwald, tocó con categoría para hacer el 2-0. Feola cambió el discurso como si nada: “Boa, Nilton!, Boa!” (“Buena, ¡Nilton! Buena”).
Botafogo, Botafogo y Botafogo
Hijo de un pescador y una conserje de escuela, nació el 16 de mayo de 1925, en Río de Janeiro. Como sus coetáneos, su mundo giraba en torno al balón. Su vida cambió en 1945 cuando entró en la Aeronáutica. Entre los militares, su condición de ‘crack’ quedó revelada. Jugaba de ‘10’. Tras un test frustrado en el Fluminense, fue el propio Nilton que no se vio capacitado para encararlo, desembarcó en el Botafogo, por indicación de Bento Ribeiro, tío de su coronel y directivo del club. Desde el día que entró en General Severiano para probar fortuna, nunca más se movió. Fue el único club que defendió en su vida. Fueron 17 años como profesional (1948-1964), más de 20 títulos en su palmarés en la época más dorada de la entidad y 729 partidos disputados, un récord que difícilmente será igualado.
En el Botafogo, Zezé Moreira, lo retrasó al lateral. “Usted es demasiado alto para jugar en el ataque, váyase a la defensa”, argumentó el técnico que dirigiría a Brasil en el Mundial 54. Desde su debut, en marzo de 1948, sorprendió por su inteligencia y su exquisita técnica. Tenía un fútbol hábil y refinado. Era ambidiestro, característica nada habitual en esa época, lo que le permitió ocupar los dos laterales. Era un futbolista clásico, elegante y noble, que difícilmente hacía faltas y nunca recurría a la violencia, lo que desesperó a algún que otro entrenador con pensamientos trogloditas.
El fútbol que practicaba era la extensión de su personalidad. En cierta ocasión, cuando le pidieron que se autodefiniese, dijo: “Soy un tipo que sólo jugó a fútbol en un club, terminé mi carrera con cuatro meniscos, lo que prueba que tenía un buen equilibrio. Soy muy feliz porque tengo la conciencia tranquila. Cuando tengo sueño, me duermo en cinco minutos. Mi religión es no hacer mal a nadie y, si puedo, ayudo al prójimo”.
Nilton fue un romántico que nunca se movió por principios mercantilistas. “Creo que siempre fui un amateur, llegué a firmar tres contratos en blanco en el auge de mi carrera”, explicaba sin arrepentimientos. “Lo haría todo de nuevo, todo lo que tengo, lo que soy, se lo doy al Botafogo”. Un amor que sólo compartía con el balón. “Es mi vida, fue quien me lo dio todo, nunca me traicionó, nunca me tocó en la espinilla, siempre me obedeció, la pelota es mi vida”. Su autobiografía, lanzada en 1998, no podía tener otro nombre: “Mi balón, mi vida”.
Una influencia siempre positiva
Ejercía un liderazgo silencioso y firme. Era una referencia en el vestuario, donde se hacia escuchar con sus sabios y ponderados consejos. Era la ‘Enciclopedia del Fútbol’, epíteto que le puso en 1957 el periodista Waldir Amaral, encantado con su extrema categoría y su saber estar. Tuvo un papel decisivo en la historia del fútbol brasileño. Primero, cuando un 10 de junio de 1953, apareció en General Severiano un desgarbado de piernas torcidas, que, en su test, se atrevió a meterle un túnel. Nilton tuvo claro que aquel chico morfológicamente atípico tenía madera de ‘crack’. Cuando los directivos le preguntaron su parecer al término del entreno, Nilton sentenció. “Es un monstruo. Creo que lo tendríais que contratar, mejor que esté con nosotros que contra nosotros”.
Aquel ‘chico torcido’, como lo definió el propio Santos, era Garrincha, la alegría del pueblo, el ‘crack’ de cabeza de chorlito que enamoraba a las masas con sus orgías de regates. Nilton lo apadrinó. Se convirtió en su ‘compadre’, intentándolo apartar sin éxito del alcoholismo que acabó con su vida, o defendiéndole de los directivos que sólo le veían como una máquina para facturar. Fue su mejor amigo del fútbol.
Tuvo un protagonismo indiscutible en Suecia 58. Nilton Santos, aprovechando la fuerza de su status, fue uno de los que presionó, al lado de Didí, para que el cuerpo técnico introdujese cambios, tras el empate sin goles ante Inglaterra. Salieron los flamenguistas Joel y Dida, y entraron Garrincha y un adolescente llamado Pelé. A partir de ahí, la historia es conocida, tres partidos, tres victorias y Brasil ganando su primer Mundial.
Cuatro años después, la flema de Nilton volvió a ser decisiva. Pelé, ya eternizado, se rompió y dijo adiós al Mundial a las primeras de cambio. Su sustituto iba a ser el asustado Amarildo, de 21 años. Lo cogió por banda en un cuarto del hotel. “Estás aquí por lo que hiciste en el Botafogo, no quieras inventar nada, juega como sabes sin pensar en el lugar de quien entras. Además, tienes la ventaja de estar acostumbrado a jugar con Garrincha, Didí y Zagallo, va a ser muy fácil para ti”. El sermón caló. El ‘Poseso’ se salió, marcando tres goles vitales para revalidar el título.
El éxito de la fidelidad
Nilton tuvo el mérito indiscutible de construir una carrera victoriosa y lineal, haciendo historia tanto con Brasil, como con el Botafogo. Debutó como internacional, en la Copa América de 1949 y fue reserva en el fatídico Mundial 50. No tenía la confianza del técnico Flavio Costa, que le exigía, en vano, dosis de violencia e intimidación. Bigode, del Flamengo, ocupó el lateral izquierdo, y fue por allí que el uruguayo Ghiggia mortificó a Brasil, dando una asistencia y haciendo el gol que selló el ‘Maracanazo’. Nilton se afianzó como titular en el Panamericano de Chile, en 1952. Estuvo en el Mundial de Suiza, en 1954. En la ‘Batalla de Berna’, que costó la eliminación, sufrió una de las pocas expulsiones de su carrera, tras agredirse mutuamente con el húngaro Bozsik.
Formó parte del mejor Botafogo de todos los tiempos, un equipo de ensueño donde tuvo el placer de jugar al lado de astros como Gerson, Didí, Garrincha, Zagallo, Quarentinha o Amarildo. Una constelación que, junto al Santos de Pelé, formó la columna vertebral del bicampeonato Mundial. Eran tardes de gloria en Maracaná, con partidos épicos y una ‘torcida’ maravillada por el ‘futebol arte’ desplegado en clásicos de una calidad increíble. Y Nilton Santos, siempre allí. Garrincha se llevaba a todos los rivales a la derecha, y la ‘Enciclopedia’ tenía la coartada para hacer sus célebres arrancadas y convertirse en un nuevo recurso ofensivo.
Rozando los cuarenta años se retiró, en 1964. Posteriormente, el hombre fiel a unos colores sólo entrenó a cinco equipos: Galicia, Vitoria, ambos del estado de Bahía, Bonsucesso (Río de Janeiro), Sao Paulo (Río Grande do Sul) y Taguatinga, de Brasilia. Nunca le acabó de gustar la carrera de entrenador. Fue director de fútbol de Botafogo y tuvo una tienda de productos deportivos, que no le acabó de funcionar. Trabajó también en proyectos sociales en favelas de Río de Janeiro, Uberaba y Brasilia. Ahora su llama del recuerdo se apaga, acompañado siempre de amigos y fans incondicionales.
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