Hace ocho años que una habitación del hotel Le Rose vio desaparecer a Marco Pantani. Una espiral de antidepresivos le llevaron a decir adiós. Murió junto a varias cajas de ansiolíticos y sedantes. En aquella jornada de San Valentín se consumaría el hundimiento de un Pirata que, durante los años precedentes, había conquistado el corazón de los aficionados al ciclismo. Sobre todo de los tifossi que, casi una década después, todavía lo recuerdan en cualquier carrera.
Marco Pantani (Cesena, 1970) fue un corredor particular. Su fisionomía: calvo, con perilla, el pañuelo y los pendientes; le hacía fácilmente identificable sobre el asfalto. También su manera de correr. Romántico. Con clase. Valiente. Pantani disfrutaba donde otros sufrían y viceversa. Cuando el resto se retorcía, Marco se elevaba y bailaba sobre la bicicleta. Puro espectáculo. Su muerte, dramática en un hotel, se asemeja en parte a la de otros ciclistas especiales como la de 'el Chava' en 2003 o la de Vanderbroucke seis años después.
Entre sus mejores recuerdos brillan con luz propia su duelo ante Ullrich, el corredor más fuerte por aquel entonces, en el Tour de 1998. El italiano lanzó un ataque épico bajo la lluvia en el Galibier. Un abordaje de los que quedan en la retina. Ese año ganó el Giro y el Tour, algo al alcance de muy pocos. Antes asombró en el Mundial de Duitama o el en Tour del 97, donde fue el rey de la montaña. En 1999 llegaría el declive. Su expulsión del Giro significaría el preludio del fin.
De la gloria al infierno
Volvió al ciclismo, pero nunca fue el mismo. Con todo, levantó dos veces los brazos en el Tour del 2000. Después se encerró en casa. No quería salir, ni ver a los periodistas. Cayó en depresión y siguió coqueteando con sustancias peligrosas. En 2004 su corazón se paró en una modesta habitación de un hotel en Rimini. La presión había podido con un corredor que con tan sólo 24 años ya era un mito. El Pirata se fue, sí, pero su espíritu todavía perdura en la leyenda ciclista.
como pasa el tiempo me acuerdo como si fuera ayer cuando escuche la noticia intentandome quedar sobao en el coche
Marco Pantani (Cesena, 1970) fue un corredor particular. Su fisionomía: calvo, con perilla, el pañuelo y los pendientes; le hacía fácilmente identificable sobre el asfalto. También su manera de correr. Romántico. Con clase. Valiente. Pantani disfrutaba donde otros sufrían y viceversa. Cuando el resto se retorcía, Marco se elevaba y bailaba sobre la bicicleta. Puro espectáculo. Su muerte, dramática en un hotel, se asemeja en parte a la de otros ciclistas especiales como la de 'el Chava' en 2003 o la de Vanderbroucke seis años después.
Entre sus mejores recuerdos brillan con luz propia su duelo ante Ullrich, el corredor más fuerte por aquel entonces, en el Tour de 1998. El italiano lanzó un ataque épico bajo la lluvia en el Galibier. Un abordaje de los que quedan en la retina. Ese año ganó el Giro y el Tour, algo al alcance de muy pocos. Antes asombró en el Mundial de Duitama o el en Tour del 97, donde fue el rey de la montaña. En 1999 llegaría el declive. Su expulsión del Giro significaría el preludio del fin.
De la gloria al infierno
Volvió al ciclismo, pero nunca fue el mismo. Con todo, levantó dos veces los brazos en el Tour del 2000. Después se encerró en casa. No quería salir, ni ver a los periodistas. Cayó en depresión y siguió coqueteando con sustancias peligrosas. En 2004 su corazón se paró en una modesta habitación de un hotel en Rimini. La presión había podido con un corredor que con tan sólo 24 años ya era un mito. El Pirata se fue, sí, pero su espíritu todavía perdura en la leyenda ciclista.
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