Decir que el Atlético de Madrid ha cambiado la actitud y por ello se ha convertido en un equipo aguerrido y ganador, a estas alturas resulta simplista e insuficiente.
Es cierto que la rareza de la metamorfosis no debe dejarnos de llamarnos la atención, sobre todo, porque de ser un espectro que vagabundeaba como alma en pena por las canchas, ha pasado a elevarse ante sus rivales pisando firme y mostrando el escudo con la prestancia que la historia de un grande merece.
Pero más allá de eso, hay razones tácticas que se compaginan para ejecutar una actuación digna de los mejores colectivos del continente, tal y como ocurrió ante la Lazio en Roma, sí, el mismo rival que hace un par de jornada venció al Milan, hoy la sensación europea por la goleada al flojo Arsenal de Wenger.
El Atlético de Madrid juega en bloque, y bien decimos juega, porque parece que sólo se puede marcar en bloque. Pues no, desde Thibaut Courtois, siempre un paso adelante para achicar el espacio entre él y sus centrales para llegar siempre a abortar el peligro, pasando por la calidad técnica de Miranda, el ofrecimiento constante de Juanfran, la labor incansable de Gabi –dio un recital en Italia-, la brillantez de Diego Ribas, el presente estelar de Adrián y la insaciable extemporaneidad goleadora de Radamel Falcao, componen los cimientos de un Glorioso ganador.
Y en cada una de las virtudes renacientes del equipo madrileño se ve la mano de Diego Simeone, carismático y corajudo líder de un vestuario amalgamado en la fina inteligencia y humor de Germán Burgos, su segundo de a bordo.
El Atlético de Madrid es mucho más que un simple bosquejo movilizado por la novedad anímica del entrenador. Además, se ha logrado un entramado bien sólido, creativo y mejor comunicado que ha conseguido en muy poco tiempo que un fantasma se convierta en la vitalidad más sobresaliente del fútbol español. Y esto, para la liga bipolar, es un notición.
Esta claro que Simeone ha dado con la tecla para que este equipo funcione y de sensacion que puede lograr objetivos que hace apenas unas semanas parecias no alcanzables.
Es cierto que la rareza de la metamorfosis no debe dejarnos de llamarnos la atención, sobre todo, porque de ser un espectro que vagabundeaba como alma en pena por las canchas, ha pasado a elevarse ante sus rivales pisando firme y mostrando el escudo con la prestancia que la historia de un grande merece.
Pero más allá de eso, hay razones tácticas que se compaginan para ejecutar una actuación digna de los mejores colectivos del continente, tal y como ocurrió ante la Lazio en Roma, sí, el mismo rival que hace un par de jornada venció al Milan, hoy la sensación europea por la goleada al flojo Arsenal de Wenger.
El Atlético de Madrid juega en bloque, y bien decimos juega, porque parece que sólo se puede marcar en bloque. Pues no, desde Thibaut Courtois, siempre un paso adelante para achicar el espacio entre él y sus centrales para llegar siempre a abortar el peligro, pasando por la calidad técnica de Miranda, el ofrecimiento constante de Juanfran, la labor incansable de Gabi –dio un recital en Italia-, la brillantez de Diego Ribas, el presente estelar de Adrián y la insaciable extemporaneidad goleadora de Radamel Falcao, componen los cimientos de un Glorioso ganador.
Y en cada una de las virtudes renacientes del equipo madrileño se ve la mano de Diego Simeone, carismático y corajudo líder de un vestuario amalgamado en la fina inteligencia y humor de Germán Burgos, su segundo de a bordo.
El Atlético de Madrid es mucho más que un simple bosquejo movilizado por la novedad anímica del entrenador. Además, se ha logrado un entramado bien sólido, creativo y mejor comunicado que ha conseguido en muy poco tiempo que un fantasma se convierta en la vitalidad más sobresaliente del fútbol español. Y esto, para la liga bipolar, es un notición.
Esta claro que Simeone ha dado con la tecla para que este equipo funcione y de sensacion que puede lograr objetivos que hace apenas unas semanas parecias no alcanzables.