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¡Qué puede haber mejor que ganarle a tu archirrival en un gran
torneo! Y mejor aún, hacerlo en un partido vibrante, de altísima
calidad, que se recordará por muchos años. E incluso se disfruta más con
un poco de drama añadido. Todo eso lo saben los seguidores alemanes,
tras el sensacional triunfo de su equipo 2-1 ante Holanda en Kharkiv.
En realidad, el resultado hace justicia a lo que sucedió en el
terreno de juego. Por la mayor parte del encuentro, Alemania fue
superior, sobre todo tácticamente. No tuvo realmente el control del
balón, pero dictó el ritmo del juego e hizo diferencias cuando hizo
falta. En realidad, sobre sufrió al final del encuentro, cuando Robin
van Persie le puso dramatismo al descontar los dos goles con los que
Mario Gomez había puesto adelante a la Mannschaft.
Los primeros
minutos fueron de análisis. Van Maarwijk había sorprendido al dejar en
la banca una vez más a Rafael van der Vaart y a Klaas-Jan Huntelaar, y
alinear a Ibrahim Affelay. Por Alemania jugaban los de siempre. Como
podía esperarse, fueron los naranjas los que se lanzaron en principio al
frente, mientras los blancos aguantaban por la oportunidad que sabían
que llegaría.
El momento arribó finalmente al minuto 24, cuando
Gomez aprovechó un gran pase de Schweinsteiger, se dio la vuelta como
bailarín y batió a Stekelenburg. El 1-0 no reflejaba del todo lo que
pasaba en la cancha, pero lo hizo a partir de ese momento. Los
holandeses se derrumbaron psicológicamente y los de Joachim Löw
empezaron a generar oportunidades cada vez que tocaban la pelota. Así,
no fue sorpresa que Gomez marcara su segundo tanto, tras imponerse a la
flojísima marca de Mathijsen y definir de gran forma ante un
Stekelenburg que ya estaba tirado antes de que saliera el balón.
Completamente
desarticulados, los holandeses pedían el final del primer tiempo y,
cuando llegó fue un verdadero alivio. Nadie se salvó de la debacle
naranja. Van Persie falló una oportunidad clarísima, Robben no pudo
hacer un solo regate, y Snejder simplemente era invisible. En defensa,
las distracciones eran casi para reírse. Y eso parecía ser lo que hacían
los alemanes cada vez que tenían la pelota.
Para la segunda
mitad, van Maarwijk mandó a van der Vaart y Huntelaar, y apostó por un
4-2-4, que dejaba espacios enormes a la contra alemana. Dos veces
estuvieron a punto de matar los germanos, pero en ambas Stekelenburg
frustró a Hummels. Parecía cuestión de tiempo para que el partido
terminara en goleada de escándalo.
Pero, de pronto, el calor de
Kharkiv empezó a pasar factura a los alemanes, y Holanda se acordó de
cómo jugar. Un disparo de van Persie obligó a una estirada salvadora de
Neuer, otro envío de Sneijder se fue apenas desviado. Después fue Robben
quien se acercó. Finalmente, llegó la justicia. Van Persie, terrible
hasta entonces, se metió por el centro de la defensa alemana y recortó
distancias con un potente disparo.
Quedaban aún diecisiete
minutos y se asomaba la esperanza de una remontada histórica. Pero el
gol había terminado con las últimas energías de los Oranje, que vieron
cómo el tiempo se les escapaba sin poderlo evitar. Ahora, sin puntos en
dos partidos, necesitan un milagro ante Portugal. O, por lo menos, sacar
su mejor juego y esperar ayuda de su archirrival alemán. Vaya paradoja.
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