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La alineación por la que optó José Mourinho para enfrentarse al
Manchester City, prescindiendo de Sergio Ramos, airea una decisión
llamada a marcar un antes y un después en el pulso abierto que mantiene
el entrenador portugués con algunos futbolistas de la plantilla,
especialmente los que forman el cónclave español. Promocionado un
inédito Varane, el ascenso del francés en detrimento de Albiol también
ilustra este arrinconamiento hacia el núcleo duro de los campeones del
mundo.
Imposible de entender desde el punto de vista táctico, como pretende
vestirlo Mourinho, la degradación de Ramos fue además un disparo en el
pie, una resolución arbitraria que bien podía haber sido lapidaria en
caso de que el campeón inglés, lastrado por un técnico rácano como
Mancini, hubiera aprovechado sólo una parte de su vasto poderío
ofensivo.
A lo largo de los años, y especialmente en la última temporada, Ramos se ha erigido como el auténtico bastión de la defensa
blanca junto con Pepe, otro fuera de serie. El español es un defensor
rápido, fuerte, excelente en la marca y con una salida de balón sin
igual entre la nómina de centrales del Real Madrid. En el apartado
intangible, Ramos añade una capacidad de arrastre sobrecogedora que
comulga con la grada, que le aprecia como un futbolista que encarna los
valores del madridismo de los que carecen otros jugadores más protegidos
por el mánager.
La suplencia del internacional español, que
después de la derrota en Sevilla contravino a su jefe (“Aquí todos somos
culpables para lo bueno y para lo malo”), es un mensaje frontal de
Mourinho hacia las voces disidentes. Una suerte de recordatorio a la
plantilla de que esta resuelto a llevar a las últimas consecuencias su
dictado plenipotenciario y absoluto. La actitud pasiva de Casillas tras
el gol de Ronaldo esconde el contenido reprobante a la decisión de
Mourinho de postergar a Ramos, el segundo capitán de la plantilla y un
hombre de club. Remover al capitán, algo que el portugués ha intentado
periféricamente, es algo a lo que el mánager del club nunca se ha
atrevido decididamente.
Desde el inicio del campeonato, Ramos ha
sido el futbolista que más ha cuestionado en público y en privado las
reprobaciones de Mourinho, quien le señaló su culpabilidad en el gol de
Valera en Getafe al tiempo que se ocupó por soterrar los dislates de
otros compañeros pertenecientes a la cuerda de los portugueses.
Con
la suplencia de Sergio Ramos, Mourinho ha vuelto a enfangar la
convivencia entre el y algunos de los jugadores más importantes. El peso
específico del central español dentro de la plantilla supone un peligro
para el técnico portugués, que de continuar con esta espiral
intimidatoria y coactiva puede terminar de resquebrajar un vestuario
obnubilado por una atmósfera irrespirable que sólo está contribuyendo a
viciar más si cabe.
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