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El Málaga, debutante en la Champions League, certificó el primer
puesto del grupo tras un empate de altura en San Petesburgo. Lo hizo
gracias a una primera parte de brillo y a una segunda de barro. Un
primer acto de peso, enjundia y fútbol en el que desarboló al acaudalado
Zenit, y una reanudación de trinchera obligada por las bravas
acometidas de su rival, que asedió la puerta de un Willy Caballero
supremo, capaz de sostener a su equipo ante un asedio sobrecogedor de
los rusos, ya eliminados.
Empezó el partido con vuelo el Málaga, certificando que el ideario
de Pellegrini está por encima de los nombres y el sistema prevalece
sobre las bajas. Eximidos del desplazamiento Joaquín y Saviola y en
barbecho Isco, no titubeó el equipo español, que saltó con una
personalidad inopinada al césped. Apoyado por el trabajo abnegado de
Toulalan y Camacho, se desplegó el Málaga sin reservas, con el carácter
respondón que le caracteriza.
Pujante el Zenit, aprovecharon los
de Pellegrini para abanicarse a la contra y presionar alto cuando los
rusos intentaban sacar la pelota jugada. Así llegaron en apenas dos
minutos los dos goles del Málaga. Una excelente contra de tiralíneas en
la que todos los actores cumplieron con precisión cartesiana. Acostado
en la banda, Seba Fernández llegó a línea de fondo y levantó la cabeza
para asistir a un Buonanotte que se filtró, indetectado en las líneas
enemigas. Pasó así de desapercibido por la presencia de Santa Cruz, un
delantero de referencia que domina su trabajo a la perfección. El
paraguayo buscó en la corta el pase de Seba, arrastrando a los
marcadores, que se olvidaron del liviano Bounanotte, que recortó con
clase y definió con temple.
Sin tiempo para la digestión, el
Málaga asestó otro directo al mentón de su adversario. Si el primero fue
gracias a la velocidad, el segundo fue consecuencia de la ambición y
bravío de un equipo al que le gusta presionar alto en todos los
contextos. Símbolo de grandeza. Fruto de esta ocupación territorial, una
entrega defectuosa del portero acabó en las botas de Santa Cruz en el
vértice del área. Generoso, el paraguayo levantó la cabeza y estableció
un remate palmario de Seba, que batió a un Malafeev que no había tenido
tiempo de regresar a la portería.
Desnudo en el precipicio, no le
quedó otra que el toque de corneta al Zenit. Empujado por la
omnipresencia de Witsel y la potencia de Hulk y apuntillado por la
elegancia de Danny, un futbolista de clase, un diez de cabeza alta,
conducción levitante y mente privilegiada. Suyo fue el gol que respaldó
primariamente el acuchillado asedio local. Un balón recogido por Danny
en las inmediaciones del área pequeña. Uno de esos esféricos que muchos
futbolistas de primer nivel apenas alcanzan a romper. No los especiales.
No definitivamente Danny, que ajustó la pelota con clase al palo largo
del portero.
El tanto fue un resorte para el Zenit, que dio la
tarde a un Caballero superlativo. Ya en las postrimerías de la primera
mitad, una manopla cambiada del argentino, tan plástica como dura,
aplazó el primer gol local. Durante los segundos cuarenta y cinco
minutos, fue el sostén de un equipo forzado a defender cada vez más
atrás. Vivió a duras penas el Málaga en muchos momentos, a la expensa de
alguna salida puntual y del oxígeno que le dio Santa Cruz como
autónomo, jugando de espaldas y aguantando. Sólo en el 87 pudo empatar
el Zenit. Ya era insuficiente. El Málaga salió al campo con el traje de
luces y terminó con el mono de trabajo. El equipo español deslumbró en
la primera mitad y sobrevivió en la segunda para conseguir un punto que
le dio el primer puesto del grupo en su primera participación en la
Championes League. Casi nada.
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