El Valencia saltaba al Parque de los Príncipes con sólo una idea en su cabeza, marcar dos goles para pasar a la siguiente ronda tras el 1-2 de Mestalla. El ritmo impuesto en los primeros minutos por el equipo español sin ser apabullante era prometedor, aunque algo impreciso en la finalización. El Valencia jugaba sin complejos y esperando sus opciones ante un PSG replegado. El peor dato para los chés era que sólo Soldado y Jonas habían lanzado entre los tres palos en el primer tiempo. El reloj era otro de los aliados silenciosos de los capitalinos.
En la segunda mitad, Ernesto Valverde quiso dar un tono más ofensivo a su plantel con el cambio de Banega por Albelda. Un mensaje optimista para sus pupilos y una buena noticia para los delanteros valencianistas. El balón circulaba con fluidez pero sin profundidad. Hasta que apareció Jonas, el jugador criticado por la afición de Mestalla que se disfrazaba de héroe al lanzar un latigazo y enmudecer el feudo parisino. La mitad del trabajo estaba hecho.
La medular blanquinegra proseguía con su dominio ante un PSG que empezaba a estirarse pero sin mostrar el poder de sus piezas claves, maniatadas por la gran labor de la zaga ché, que fue castigada duramente con el primer error grave defensivo ante el rival cuando una pérdida en el centro del campo lanzaba el avance de Gameiro, no exento de fortuna, y culminado por un hasta entonces desaparecido Lavezzi en dos actos. Empate en el electrónico. Todo seguía igual.
El gol del PSG no cambiaba la situación, el Valencia estaba a un gol de mantener viva la contienda y esa fue la tarea en la que se embarcó el equipo de Valverde en el último tramo del choque. Con ambición y con cabeza, a pesar de que la puntería seguía ausentándose de los ches y que los saques de esquina se sucedían sin el resultado esperado o que los centros quedaban huérfanos o cortos, faltaba el golpe final y la última llamada a la épica ante un PSG conservador.
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El gol del PSG no cambiaba la situación, el Valencia estaba a un gol de mantener viva la contienda y esa fue la tarea en la que se embarcó el equipo de Valverde en el último tramo del choque. Con ambición y con cabeza, a pesar de que la puntería seguía ausentándose de los ches y que los saques de esquina se sucedían sin el resultado esperado o que los centros quedaban huérfanos o cortos, faltaba el golpe final y la última llamada a la épica ante un PSG conservador.
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