Todas las aspiraciones de Europa pasaban de nuevo por Anfield y ante un rival imponente. Sólo el líder destacado está más en forma que ellos, que no han perdido desde diciembre en Premier League. Así pues el mejorado estilo de juego local se la jugaba en un examen eliminatorio. Si salían bien de este choque, podrían seguir soñando, si no, habría que claudicar definitivamente.
El partido comenzó con un Liverpool titubeante al cual sometía con facilidad los Spurs. El equipo de André Villas-Boas se hacía con el balón y creaba peligro con un veloz Gareth Bale y un excelente Dembele. Los Reds no conseguían realizar su juego, sólo creaban peligro con un par de pases largos más propias de otra época que del “estilo Rodgers” actual. Progresivamente la paciencia se instauraba en los locales que se iban haciendo con el balón. José Enrique en un “tuya-mía” con Coutinho, atravesó las líneas enemigas dejando un balón en el único sitio inaccesible para la defensa Spur. En ese mismo lugar, como un depredador que huele la sangre de su víctima, se desmarcó Suarez para conseguir abrir el marcador con un toque sutil y preciso.
Los Spurs estaban fuera del partido, pero la kriptonita liverpudlian conjuga dos ideas. La primera, precipitarse y querer llegar al área antes incluso que el balón. La segunda, disputar una guerra subterránea donde el uruguayo se siente casi incitado a participar, y que inevitablemente le lleva a estar menos centrado en jugar y más en provocar y ser provocado. Esto último es lo que sucedió en el final de la primera parte con un cómplice Gerrard muy acelerado y un Gareth Bale que sacó provecho del despiste para asistir a Jan Vertonghen, el cual remató de cabeza inapelablemente el empate a la red.
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