El Aston Villa recibía al Liverpool con cara de Championship. Su estado de forma había mejorado pero todo lo que conseguían en su liguilla particular lo tiraban al enfrentarse a equipos de la zona noble. Normal, pero no por ello menos frustrante para los Villanos. Por su parte el Liverpool estaba ante su enésima oportunidad de demostrar que quería estar en Europa. No nos engañemos, estar a 8 puntos de 24 en juego es hablar de un imposible… o un milagro. Pero así son los de Anfield, que se lo digan a ese Milan que vio como les arrebató una Champions que iba ganando 3-0. Dejando a parte la heroica, sólo el Chelsea lo está haciendo peor que el Liverpool últimamente, así que Europa se antoja harto complicado.
Brendan Rodgers es un entrenador valiente. Mantiene sus principios hasta el final, ya sea hacia un agujero negro o el Nirvana futbolístico. Muchos aficionados no daban crédito cuando vieron a Sturridge en el banquillo, volviendo al dibujo con un solo punta que deja a Suarez con un balón llamado ‘Wilson’ como único amigo con quien hablar. Rodgers planteó el encuentro contra un equipo menor como si fueran sobrados con Coutinho y Downing asesorando al uruguayo.
¿Y Gerrard? ¿No se supone que el incombustible 8 de los Reds debería ser arte y parte de la horda atacante liverpudlian? Contra todas las leyes de la física el buque insignia del Liverpool según pasan los años despliega más un fútbol físico y de contención, dejando el virtuosismo para mejor ocasión. Y lo cierto es que no es un Gerrard vistoso pero no se puede negar que cuanto menos es un tipo imprescindible que se ha reciclado para seguir siendo útil en un once bastante más joven que él. El 8 no es titular por galones, es titular porque el equipo es mejor con él en el césped. Muchas vacas sagradas en el mundo del fútbol deberían tomar nota. Reciclarse o morir.
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