Final de la Copa del Rey. El que para muchos es el partido más especial en España. El que sirve para bajar el telón a la temporada en nuestro país. Y en este caso, con todavía más mística si cabe, al ser un derbi entre Real Madrid y Atlético, dos de los clubes más importantes del país, con una rivalidad centenaria, y en un coso como el del Santiago Bernabéu. Un cartel, como se ve, inmejorable. Una fiesta del fútbol en toda regla. Y sin embargo, José Mourinho no quiso participar de ella de cara a los aficionados y los medios de comunicación en el que era su momento en la previa, en la rueda de prensa. Dio la espantada por respuesta.
Fue Sergio Ramos el único que compareció ante los medios, el que ofreció su versión de la final al madridismo. “Se ha decidido así. No tengo ninguna curiosidad por saber por qué no ha comparecido el míster, la verdad”, fue lo que espetó el de Camas, mostrando el mínimo apego posible a las decisiones y actuaciones de José Mourinho.
Se veía venir. No han sido pocos los que han forzado la situación todo lo que han podido para hacer parecer que el técnico obraba bien, que todo seguía su camino natural, que la normalidad imperaba en sus comportamientos. El chiringuito se les ha terminado cayendo. No hoy ni ayer, sino que desde hace tiempo los pilares se tambaleaban con fuerza. Y esta última espantada ha sido el epílogo ideal a este trienio, la representación perfecta de cómo ha derivado su trayectoria en el club blanco, tornando en la más esperpéntica de las funciones.
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