Se jugaban Italia y Brasil el liderato del grupo A y el partido prometía jolgorio. Salvador de Bahía ansiaba un paso al frente de la generación de futbolistas que ha de retener en casa el trofeo del Mundial 2014. Y justo delante se interponía Italia, mermada en la medular por las ausencias de Pirlo y De Rossi. La hoja de ruta de los de Scolari estaba clara: sortear a Italia, evitar el obstáculo de España en semifinales (todo apunta a que La Roja será también primera de grupo) y seguir su trayectoria creciente.
El partido empezó con Hulk metiendo el miedo en el cuerpo a Italia. Buffon, que pudo hacer algo más en tres de los cuatro goles, apagó el amago de incendio. Brasil siguió intentándolo, pero se calmó muy pronto. La noche era larga, o eso pareció que pensaban. Y en ese punto quedaron los dos, como en el baile de fin de curso de 6º de primaria: los chicos, a un lado; las chicas, al otro. Fue entonces cuando Italia empezó a asentarse. No fue la Italia que pretende Prandelli, sino una más tradicional.
Neymar tuvo la oportunidad más clara tras una triangulación en la que Oscar agitó su varita mágica para dejarle en posición franca en el área con un toque de tacón. Cruzó demasiado. 0-0. En el 45’, cuando todos daban por bueno el empate, más por curiosidad que por intención, Brasil encontró premio. Una falta recibida por Neymar en el costado izquierdo, fue botada por éste y, tras el remate de Fred, que encontró a Buffon, remachó Dante (en fuera de juego) con el cancerbero todavía en el suelo. El del Bayern había sustituido previamente a David Luiz, nuevamente lesionado. Italia, por su parte, ya había tenido que mover el banquillo por dos veces debido a las lesiones. La fragilidad presidía el partido.
Llegó el descanso y tras éste la fiesta empezó a ser tal. Si en la primera parte no se acabó el mundo para los que se perdieron el inicio por apurar la cerveza en una terraza al calor veraniego, en la segunda fueron obligatorios los cuarenta y cinco minutos. La timidez inicial dejó paso a una borrachera de goles. En el 51’ empató Giaccherini después de una jugada made in Italia. Es decir, sin muchos alardes: saque de Buffon, prolongación en la media, otra prolongación de Balotelli con el tacón (¡Oh, lalá!) y Giaccherini cruzó de forma efectiva. Julio César aún espera ver el balón.
Entonces apareció Neymar, que fue objeto de ocho faltas en los sesenta y siete minutos que jugó. En una de ellas centró en una jugada que finalizó con el gol de Dante; en la séptima, se erigió protagonista del partido. El rey de la pista apareció en la fiesta con los cuellos de la camiseta subida. “Aquí estoy yo”, parecía decir. Sabe que está destinado a lo más grande, a triunfar, a que todos los focos le alumbren a él. Así, en el 56’, colocó el balón con mimo, miró a la portería, donde le esperaba Buffon, que por edad podría ser su padre y, sin importarle el DNI ni cualquier otra circunstancia, se la clavó por su palo. 1-2 y vuelta a la samba de Neymar. Poco después fue cambiado, pero ya había ligado, ya había vuelto a enamorar a Brasil, que suspira cada vez que el balón es arropado por sus botas.
Balotelli replicó con una falta desde la Estratosfera. El balón bajó con fuerza, pero no besó la red. En el 65’, Marcelo le puso un regalo a Fred. El delantero, muy limitado técnicamente, tiene tatuada en su mente la situación de la portería y, así, entre dos defensas y minimizando a Chiellini, batió a Buffon por su palo.
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El partido empezó con Hulk metiendo el miedo en el cuerpo a Italia. Buffon, que pudo hacer algo más en tres de los cuatro goles, apagó el amago de incendio. Brasil siguió intentándolo, pero se calmó muy pronto. La noche era larga, o eso pareció que pensaban. Y en ese punto quedaron los dos, como en el baile de fin de curso de 6º de primaria: los chicos, a un lado; las chicas, al otro. Fue entonces cuando Italia empezó a asentarse. No fue la Italia que pretende Prandelli, sino una más tradicional.
Neymar tuvo la oportunidad más clara tras una triangulación en la que Oscar agitó su varita mágica para dejarle en posición franca en el área con un toque de tacón. Cruzó demasiado. 0-0. En el 45’, cuando todos daban por bueno el empate, más por curiosidad que por intención, Brasil encontró premio. Una falta recibida por Neymar en el costado izquierdo, fue botada por éste y, tras el remate de Fred, que encontró a Buffon, remachó Dante (en fuera de juego) con el cancerbero todavía en el suelo. El del Bayern había sustituido previamente a David Luiz, nuevamente lesionado. Italia, por su parte, ya había tenido que mover el banquillo por dos veces debido a las lesiones. La fragilidad presidía el partido.
Llegó el descanso y tras éste la fiesta empezó a ser tal. Si en la primera parte no se acabó el mundo para los que se perdieron el inicio por apurar la cerveza en una terraza al calor veraniego, en la segunda fueron obligatorios los cuarenta y cinco minutos. La timidez inicial dejó paso a una borrachera de goles. En el 51’ empató Giaccherini después de una jugada made in Italia. Es decir, sin muchos alardes: saque de Buffon, prolongación en la media, otra prolongación de Balotelli con el tacón (¡Oh, lalá!) y Giaccherini cruzó de forma efectiva. Julio César aún espera ver el balón.
Entonces apareció Neymar, que fue objeto de ocho faltas en los sesenta y siete minutos que jugó. En una de ellas centró en una jugada que finalizó con el gol de Dante; en la séptima, se erigió protagonista del partido. El rey de la pista apareció en la fiesta con los cuellos de la camiseta subida. “Aquí estoy yo”, parecía decir. Sabe que está destinado a lo más grande, a triunfar, a que todos los focos le alumbren a él. Así, en el 56’, colocó el balón con mimo, miró a la portería, donde le esperaba Buffon, que por edad podría ser su padre y, sin importarle el DNI ni cualquier otra circunstancia, se la clavó por su palo. 1-2 y vuelta a la samba de Neymar. Poco después fue cambiado, pero ya había ligado, ya había vuelto a enamorar a Brasil, que suspira cada vez que el balón es arropado por sus botas.
Balotelli replicó con una falta desde la Estratosfera. El balón bajó con fuerza, pero no besó la red. En el 65’, Marcelo le puso un regalo a Fred. El delantero, muy limitado técnicamente, tiene tatuada en su mente la situación de la portería y, así, entre dos defensas y minimizando a Chiellini, batió a Buffon por su palo.
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