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Hay veces que la suerte decide los partidos. Quizá los protagonistas
no lo quieran aceptar, e insistan en que estaba todo planeado, pero la
diosa fortuna suele ser la que dispone, y los jugadores sus peones en el
juego. El Inglaterra-Suecia fue un partido loquísimo, con errores
monumentales de los dos lados y caprichos del destino por doquier. Al
final ganaron los de Roy Hodgson, porque los dados les dieron la cara
una vez más que a los de Érik Hamren, nada más.
El 2-2 era quizá
justo, pero cuando juega la suerte, los partidos no se ganan por
merecimiento. Un desborde de Walcott por la banda terminó en un centro,
que Welbeck empujó con el talón a la portería. Imposible saber si el
delantero del Manchester United quiso hacerlo así o trató de controlar y
el azar llevó el balón a la tierra prometida. Lo cierto es que, con
suerte o no, Inglaterra ahora está en una posición privilegiada para
clasificar a la segunda ronda. Y sus aficionados no se van a preguntar
si realmente lo merecieron o no.
Nada en los primeros minutos presagiaba lo que iba a ocurrir más
tarde. Por veinte minutos, ambos equipos se dedicaron a repartir
pelotazos de un lado a otro de la cancha. Lo mejor estaba en la tribuna,
donde 20,000 suecos y unos 7,000 ingleses luchaban por ver quién
cantaba más fuerte el coro de “Seven Nations Army”, una canción que se
escucha mucho más ahora en los estadios de fútbol que en la radio.
El
aburrimiento se rompió al minuto 23 cuando Andy Carroll se levantó en
medio del área y remató un extraordinario centro de Steven Gerrard. El
ariete del Liverpool había sido la apuesta de Hodgson para el partido y
pagó con creces la confianza del técnico, no sólo por el tanto, sino por
su aporte defensivo en la pelota detenida y su destacada labor como
delantero de referencia, acompañando al más móvil Danny Welbeck.
El
resto del primer tiempo tuvo un solo color, el azul de los ingleses,
que sin embargo, no lograron hacer el segundo frente a un equipo sueco
que no lograba hilar dos pases correctos. El único que intentaba romper
lo predecible entre los amarillos era Zlatan Ibrahimovic, pero su
individualismo lo traicionaba. Todo parecía indicar entonces un triunfo
fácil para los británicos, que ya esperaban definir el pase a cuartos
contra Ucrania.
Pero la diosa fortuna no se lo dejaría tan fácil.
Apenas a los cuatro minutos de la segunda mitad, tras un extraño
control karateca de Zlatan en el área inglesa, una serie de rebotes
terminó en las redes de Joe Hart, impulsada en el último momento por
Glen Johnson. Empate casi de blooper y todo para rescribir, sobre todo
porque los ingleses se derrumbaron por completo con el tanto. Suecia de
pronto se vio amo y señor del partido y rápidamente marcó el segundo en
un remate de Olof Mellberg, ante la terrible marca de la defensa
británica.
Ahora era Suecia quien tenía el control del partido y
no se veía por dónde los de azul pudieran recuperarse. Hodgson,
desesperado, mandó a Theo Walcott a la cancha, con la esperanza de que
su velocidad por la banda pudiera proveer algo distinto a un equipo que
se había vuelto muy predecible. Y, en efecto, el jugador del Arsenal fue
quien cambió el encuentro, pero de una manera más que inesperada. Tras
otro ataque desordenado de sus compañeros, la pelota le quedó botando
fuera del área. Su disparo, potente, parecía no llevar la suficiente
colocación para ser peligroso, pero de algún modo, Andreas Issakson
midió mal la pelota y terminó en las mallas.
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