Roger Federer cumplirá 31 años el próximo 8 de agosto y lo ha hecho prácticamente todo en el mundo de la raqueta. Desde hace dos años es padres de gemelas y marido de una Mirka Vavrinec que le acompaña allá donde él va. A pesar de verse superado por épocas por Rafael Nadal y Novak Djokovic, el suizo siempre supo que su sitio estaba entre los mejores, que la exigencia del guión le ofrecería una nueva oportunidad de ser protagonista y que mientras tanto se conformaría con seguir dando clases magistrales de tenis. Este viernes dio la última sobre el verde de la Pista Central del All England Tennis Club, ante un público que tiene metido en el bolsillo, al doblegar al mencionado Djokovic por un marcador global de 6-3, 3-6, 6-4 y 6-3 tras dos horas y diecinueve minutos de juego. Una victoria, que más allá de ser ante el actual número uno del circuito, deja la sensación de que el Expresso suizo tiene carburante para mucho tiempo.
El partido comenzó con un toma y daca por parte de ambos jugadores que destacaron con su servicio dejando apenas opciones al juego al resto. El duelo se consumía en un intercambio desordenado de golpes incapaces de narrar, sin patrón de juego continuo, con eficacia pero sin brillantez. Así se resolvieron los dos primeros sets, uno en cada casillero. Un break fue suficiente para que Federer en el primero y Djokovic en el segundo se llevasen el gato al agua. Cuando el partido comenzó a jugarse de nuevo, ambos tenistas exhibieron su mejor nivel. Y ese duelo, en el un contra uno al 100%, gana Roger, cuyo juego se adapta a la perfección a un tapete que le ha visto reinar en seis ocasiones. El de Basilea comenzó a restar profundo, a embotellar a su rival en el fondo de pista, a cambiar la intensidad, dirección y alturas de los golpes. Puso una marcha de más al ya de por sí frenético partido y demostró que en el límite sigue siendo el mejor. Se hizo con el tercer set evitando el tie-break -décimo juego- y comenzó el cuarto con una ruptura que acabaría por ser la puntilla. Mientras su rival se mostraba desdibujado en el otro lado de pista, él se dedicó a disfrutar. Con un juego alegre, un físico aparentemente fresco y con la confianza de sentirse superarior, cerró el partido con los brazos al aire y mandó un guiño a la grada donde los suyos, los que nunca dudaron, le devolvían el gesto cómplice.
Federer jugará su 24ª final de Grand Slam -buscando el 17º título- y la octava en Wimbledon -buscando su séptima corona-. Son diez años seguidos estando presente al menos en la final de un major. En caso de victoria, el suizo se convertiría en el jugador con más triunfos en Londres y regresaría al número uno mundial cuatro años después de ver arrebatado su trono, pudiendo igualar -y de forma virtual superar- el récord de Pete Sampras como jugador con más semanas (286) al frente de la clasificación mundial. Su rival en la final del domingo saldrá de la segunda semifinal que disputan el británico Andy Murray y el francés Jo-Wilfred Tsonga.
Grande el suizo