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Pride in Battle. Esto es lo último que ven los jugadores antes de
salir al terreno de juego en el Etihad. Dos años sin perder teniendo
esa máxima como referente hacen pensar que este domingo a más de uno se
le metió algo en el ojo a la hora de saltar al césped. Pray in Battle es
lo que les quedaba a los aficionados tras ver los noventa minutos de
hoy.
La ansiada posesión para muchos fue descaradamente de los Citizens,
quienes “controlaron” el partido desde el inicio. Con comillas porque
sí, tuvieron mucho más el balón, y sí, si veías las estadísticas estaba
claro que el ritmo del partido lo llevaban ellos. Incluso Mario
Balotelli tuvo en el minuto diez la primera ocasión clara que mandó al
tercer anfiteatro. Pero en realidad el control fue del United. ¿Cómo
controló el partido si no tuvo el balón? Porque tuvo la paciencia del
cazador, esperando a que su presa se metiera sola en la boca del lobo.
No olvidemos que esto es un derbi de Manchester. Dominas el partido
tú, pero el primer golpe te lo doy yo. Eso es lo que tenía Wayne Rooney
entre ceja y ceja cuando en una jugada sin peligro todo se precipitó
gracias a Van Persie, el cual se llevó a Kompany tras él. Esto originó
la oportunidad que necesitaba Young para introducirse entre las filas
locales, desordenando a la defensa celeste aún más. El balón le llegó a
Rooney que le pegó mordido al cuero colocándolo en el único sitio donde
Joe Hart no podía llegar. El cancerbero se evitó incluso el mal trago de
tirarse en balde.
Sin embargo el City no perdió la cara al partido y siguió haciendo el
fútbol que sabe. Sin más. Y eso significa que el Kun Agüero debía
inventarse una jugada maestra para empatar el partido. El argentino lo
hizo, pero después de marcharse de unos cuantos defensas del United le
faltó la fuerza necesaria para mandar la pelota a la red, tirando
blandito un balón que De Gea no tuvo problemas en atajar.
Como si su única misión en la vida fuera dejar mal a los filósofos
del fútbol, el Manchester United se encargaba de aprovechar al máximo
sus opciones. No controlaba el partido ni falta que le hacía. Como si
fuese todo tan sencillo como seguir las líneas de la receta de un guiso,
se colocó con un 0-2 a base de simplificar las cosas. Jugada de libro
abriendo a banda, centro raso de Rafael y pase a la red de Rooney. Pim,
pam, pum, y a otra cosa, que esto está siendo muy fácil. A la gran
efectividad del United se le sumaba el caos táctico de la defensa
Citizen. El gran “debe” de Mancini.
La segunda parte era un calco de la primera hasta que alguien le
chivó al técnico italiano que quizá el Apache Tévez aportaría al menos
una garra contenida. Esa garra bien enfocada de la que tanto adolece
Mario Balotelli. Y eso fue lo que cambió el curso del encuentro,
haciendo que los aficionados neutros no cambiaran de canal. El argentino
dio otro aire y le insufló de autoestima a un City que consiguió
recortar en el 60 por medio de Yaya Touré. Si los goles se dieran por
mérito éste pasaría a la cuenta de Tévez. No sólo marca goles sino que
genera una sensación de agobio y prisas en las defensas rivales que es
puro oxigeno para su equipo.
Y pese a seguir insistiendo el City no conseguía empatar, a falta de
pocos minutos a Mancini solo le quedaba encomendarse al efecto Dzeko. En
esas estaban cuando fue Zabaleta, un defensa excepcional, el que al
borde del área remató con todo el alma haciendo el ansiado gol.
Dicen que los derbis no son aptos para cardiacos. Robin Van Persie se
encargó de agrandar la leyenda con un gol de falta que nada tuvo que
envidiar a Cristiano ni a Messi. Y así acabo la historia de un Sir Alex
Ferguson que le ganó la partida a un Roberto Mancini que se ve, ahora
sí, mas fuera que dentro de un banquillo que lleva meses ardiéndole. Si
el Manchester City tenía que perder su impecable racha de imbatibilidad,
no podía haber sido en un partido con mas emoción y futbol que éste.
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