Casi sin querer, haciendo lo justo, y contando con la inestimable complicidad de Muslera, el portero uruguayo, batió España al campeón de Sudamérica en un partido aséptico e impersonal. Al margen de las individualidades, ninguno grabó sus señas de identidad. Ni España orquestó la sinfonía que acostumbra, ni Uruguay mostró el filo y la garra inherente a su ADN. Sólo al final se estiraron los de Tabárez y adelantaron las líneas.
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