El Celta sale reforzado de la 37ª jornada. El objetivo de los hombres de Abel Resino era ganar en Pucela, ante un Real Valladolid que no se jugaba nada, y esperar al resto de resultados. Unos marcadores que han sido propicios para los olívicos, con las derrotas de Deportivo y Real Zaragoza, y que dejan la permanencia con bastantes más opciones de las que partían al arrancar esta jornada clave.
El José Zorrilla contaba con un nutrido grupo de seguidores celestes, alrededor de mil hinchas, dispuestos a arropar a un equipo que no podía evitar caer en el nerviosismo inicial provocado por la situación límite que están viviendo. La tarde se preveía movida, una montaña rusa de emociones que se transformaba por un lado en acciones de peligro para los gallegos y por otro en graves errores en la zaga. Un fútbol convertido en una ruleta rusa que iba de un inocente fallo de Túñez a un remate de Augusto a puerta vacía, un testarazo salvado bajo palos.
Antes de la media hora, un saque de esquina botado por Krohn-Dehli volvía a sus botas, el centro era peinado por Augusto y posteriormente cabeceado de manera acrobática por Cabral a las mallas. El dominio vigués había encontrado su premio. Un ataque vivo que convivía con una patente fragilidad defensiva, como quedaba demostrado en la internada de Rukavina con posterior disparo de Álvaro Rubio.
Los planes del cuadro olívico parecían romperse antes del descanso. Una salida de Javi Varas para blocar un balón aéreo hacía que el meta sufriera una lesión en la pugna con el sueco Larsson, quien rozó levemente al portero en su salto. El recambio era Rubén Blanco. El joven guardameta entraba en confianza cuando a renglón seguido salvaba un disparo de Manucho. Una inyección de autoestima antes de llegar a los vestuarios.
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El José Zorrilla contaba con un nutrido grupo de seguidores celestes, alrededor de mil hinchas, dispuestos a arropar a un equipo que no podía evitar caer en el nerviosismo inicial provocado por la situación límite que están viviendo. La tarde se preveía movida, una montaña rusa de emociones que se transformaba por un lado en acciones de peligro para los gallegos y por otro en graves errores en la zaga. Un fútbol convertido en una ruleta rusa que iba de un inocente fallo de Túñez a un remate de Augusto a puerta vacía, un testarazo salvado bajo palos.
Antes de la media hora, un saque de esquina botado por Krohn-Dehli volvía a sus botas, el centro era peinado por Augusto y posteriormente cabeceado de manera acrobática por Cabral a las mallas. El dominio vigués había encontrado su premio. Un ataque vivo que convivía con una patente fragilidad defensiva, como quedaba demostrado en la internada de Rukavina con posterior disparo de Álvaro Rubio.
Los planes del cuadro olívico parecían romperse antes del descanso. Una salida de Javi Varas para blocar un balón aéreo hacía que el meta sufriera una lesión en la pugna con el sueco Larsson, quien rozó levemente al portero en su salto. El recambio era Rubén Blanco. El joven guardameta entraba en confianza cuando a renglón seguido salvaba un disparo de Manucho. Una inyección de autoestima antes de llegar a los vestuarios.
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